San Juan de la Cruz y el misticismo herético

  1. Aláez Serrano, Florentino Javier
Dirigida por:
  1. Anselmo Manuel Suances Marcos Director/a

Universidad de defensa: UNED. Universidad Nacional de Educación a Distancia

Año de defensa: 2010

Tribunal:
  1. Diego Sánchez Meca Presidente
  2. Andrés Martínez Lorca Secretario/a
  3. Juana Sánchez-Gey Venegas Vocal
  4. Alicia Villar Ezcurra Vocal
  5. José Luis Mora García Vocal

Tipo: Tesis

Teseo: 303469 DIALNET

Resumen

La figura de Juan de la Cruz, tal y como hoy la conocemos, es en buena medida una creación artificial, una falsificación del hombre que realmente fue, hecha consciente y deliberadamente a lo largo de muchos años, para convertir al reformador del Carmelo y primer fraile descalzo en santo, según el modelo vigente en el momento de iniciarse el proceso de beatificación, y místico ortodoxo sin sombra de duda. Para ello, se manipulan sus obras, se destruyen libros y documentos, se redactan escritos de defensa que interpretan su pensamiento en sentido ortodoxo y se controla todo lo que los descalzos escriben sobre él. El objeto de este estudio es comparar el misticismo herético en su conjunto y el misticismo de San Juan de la Cruz, a fin de descubrir las huellas que pueda haber de aquél en éste. Hay en la historia del cristianismo, junto a la mística ortodoxa, una tradición de misticismo herético compuesta principalmente por tres movimientos, que son los hermanos del Libre Espíritu en la Edad Media, los alumbrados españoles y el quietismo en la Edad Moderna. Es un estudio de mística comparada, entendida como aproximación al pensamiento místico desde la óptica de la historia de las religiones. Es al mismo tiempo un estudio de filosofía, si admitimos que la mística es filosofía. Después de una caracterización sociológica de la vía mística y de su sentido iniciático y esotérico en las sectas heréticas y en las órdenes regulares, emprendemos el estudio de la subida, y en ella nos topamos con los medios, con la oración mental y su método heterodoxo (el dexamiento), con la quietud, el desprendimiento, la suspensión de las potencias y la aniquilación. Antes de llegar a la cima, hacemos una incursión en la idea de Dios y en sus desafíos al místico heterodoxo, para luego sentir o presentir la unidad, el éxtasis, la deificación y la bienaventuranza. Aquí nos detenemos para examinar la sustancia de la unión transformante, el deseo y el gozo de amar. Y terminamos con la consecuencia más temida del misticismo, la ansiada exención de toda ley moral, civil o eclesiástica nacida del sentimiento de la impecabilidad. Aunque aparentemente la estructura y la inspiración filosóficas de la mística de Juan proceden en lo esencial de la escolástica y de Tomás de Aquino, hay en ella algunas ideas subterráneas de signo neoplatónico, procedentes del neoplatonismo cristiano, como la doctrina del desprendimiento, la idea de Dios como trascendente e inmanente, la teología negativa, el panteísmo, el sentido erótico de la unión y de la experiencia extática y la doctrina de la impecabilidad. Su concepto de fe oscura se opone a la posibilidad de ver la esencia divina, como afirmaban los místicos heterodoxos, e intenta no desafiar la doctrina del papa Benedicto XII sobre la visión intuitiva de Dios en la gloria, aunque en definitiva la fe oscura consiste en intuición, y empuja a Juan al irracionalismo. Como resultado de la comparación, podemos resumir su misticismo en estos términos: el alma, que se sabe nada, busca y alcanza, por medio del desprendimiento de todo lo que no es Dios, la unión inmediata con Dios, el matrimonio espiritual, en tanto unión erótica de deseo, placer y puro amor, unión deificante, en la que el alma siente ser Dios, y que todo es Dios, hasta el extremo de anticipar en alguna manera la visión beatífica. El matrimonio espiritual es un estado permanente, un vez alcanzado no se puede perder, en el que el alma es impecable, está confirmada en gracia, y hace que al morir no pase por el purgatorio, sino que vaya derecha al cielo. El sentido de su mística no es moral ni siquiera soteriológico, sino hedonista. Juan dirige el eros hacia la unión del alma con Dios, en la que busca el anticipo de la visión beatífica en cuanto experiencia máxima de placer.