Entre la nada y la eternidadLas dos dimensiones de la metafísica en el pensamiento de Wittgenstein

  1. Pubill Galobart, Francisco
Dirigida por:
  1. Carlos Gómez Sánchez Director

Universidad de defensa: UNED. Universidad Nacional de Educación a Distancia

Fecha de defensa: 11 de noviembre de 2020

Tribunal:
  1. Isidoro Reguera Pérez Presidente/a
  2. Juana Sánchez-Gey Venegas Secretario/a
  3. Manuel Fraijó Nieto Vocal

Tipo: Tesis

Resumen

En un periodo filosófico intenso y diversificado en el que la fenomenología y el positivismo derivaron en el existencialismo y el pensamiento analítico, los nombres de Heidegger y Wittgenstein se elevaron con luz propia, personificando dos de las directrices que mejor han caracterizado esta época de la filosofía contemporánea. Ser y tiempo, de Heidegger y el Tractatus logico-philosophicus y las Investigaciones filosóficas, de Wittgenstein, configuran una espléndida tríada que vino a cambiar el paradigma especulativo reciente. Inicialmente próximo a la filosofía analítica, Wittgenstein se alza como una figura enigmática y solitaria cuya complejidad de pensamiento se presenta en el Tractatus como una muralla lógica inquebrantable que, sin embargo, esconde otras inquietudes de fondo. Hemos concebido este estudio como un modo de penetrar en el pensamiento metafísico de Ludwig Wittgenstein analizando las distintas formas que ha ido adoptando la evolución de su periplo especulativo en este sentido. Se ha podido constatar que esta evolución pivota en torno de dos vertientes que son las que han propiciado el contenido del presente trabajo. Previamente, hemos realizado un recorrido por distinta opciones especulativas que pudieron influir de forma importante en nuestro filósofo. Con arreglo a esto, hemos mencionado a diversos autores que fueron muy considerados por Wittgenstein por diversos motivos, para pasar posteriormente al estudio de su corpus propiamente filosófico más relevante, en el que aparecen los dos caminos que marcaron el curso evolutivo del autor, en relación a la importancia y trascendencia del ámbito del lenguaje como factor nuclear dentro de la cosmovisión de nuestro filósofo. Asimismo, hemos podido constatar que al margen de la evolución propiamente lingüística, el marco metafísico iba manteniendo su papel protagonista, aunque fuera desde perspectivas filosóficas totalmente antagónicas. No hemos evitado profundizar en aspectos supuestamente menores dentro del conjunto de su vida, tales como sus actividades docentes, sus incursiones en el ámbito sanitario, o su intensa labor como arquitecto en la casa que construyó para su hermana, en Viena, durante dos años. Y, por supuesto, sus intensas vivencias en el frente de la Primera Guerra, de las que se derivó una espiritualidad muy concreta que marcó, en cierto sentido, el curso de su posterior evolución metafísica. Hemos podido apreciar en todas las tareas que se impuso un elemento recurrente en relación al deber y a un elevado sentido de la perfección que siempre orientó todos sus actos, incluso aquellos aparentemente más irrelevantes. A partir de sus textos escritos en el frente, que confluyeron en sus Cuadernos de notas y los Diarios secretos, percibimos toda la conmoción propiamente religiosa que anidaba en nuestro autor y que adquirió una dimensión determinada que concluiría con el Tractatus, en el que su posición ante el mundo quedaba claramente reflejada en sus tratamiento de las proposiciones en el marco de un mundo de representación con claras influencias de Schopenhauer. De esta primera fase hemos aprehendido su valoración del ámbito místico, ratificado posteriormente en su Conferencia sobre ética, en base a la consideración tanto de la ética como de la estética, como de factores trascendentes que no podemos conocer directamente y a los que sólo podemos intuir. Con esta postura emerge el sentido religioso de Wittgenstein que ha sido puesto en muchas ocasiones en paralelo con la mística clásica en sentido amplio. De esta primera época deriva la semilla que posteriormente fructificará en dos direcciones generando su doble vertiente espiritual. Posteriormente, su teoría lingüística experimentó un cambio sustancial a partir de las Investigaciones filosóficas, a partir de las cuales se empezó a considerar el “segundo” Wittgenstein. Su postura se flexibilizó y perdió la carga dogmática presente en el Tractatus. A partir de aquí puede parecer que nuestro autor ha perdido el contacto con el contexto místico. Sin embargo, se trata de una realidad aparente. Solo hay que rastrear sus pensamientos y aforismos escritos a lo largo de toda su vida para comprobar que la inquietud ante la trascendencia se mantiene en toda su intensidad. Ahora bien, cómo se articulan las dos posturas que nuestro autor mantuvo en este sentido? A partir de la creencia que vivió a nivel familiar Wittgenstein pone en circulación la fe en un Dios personal a la que nunca dejará de recurrir, especialmente en sus momentos de profunda angustia espiritual. Sin embargo, el Dios al que alude esta postura no es el mismo que emerge de sus teorías expuestas en el Tractatus. La proyección de la imagen mística que deriva de estos textos sirve para exponer de cara al positivismo que lo que realmente le preocupa a nuestro autor son los valores éticos, precisamente aquellos que no puede reflejar en sus escritos y que quedan recluidos tras el silencio, uno de los puntos neurálgicos de la cosmovisión del filósofo. Lo que ocurre es que en esta posición metafísica no encuentra Wittgenstein la calidez y el reposo espiritual que precisa su mente angustiada. Y es por ello, que a partir de aquí se ve proyectado hacia el refugio que le procuran los Evangelios y los Salmos. Esta suprema inquietud la encontraremos intensamente reflejada en los Diarios de Noruega, especialmente los escritos entre 1936-37. Esto nos mostrará al filósofo alternando sus estudios sobre el lenguaje, las costumbres y la naturaleza cognitiva del ser humano, con sus manifestaciones netamente espirituales, amparadas por una vivencia religiosa que él siente, sin embargo, como impura y falsa. Por ello, hemos dedicado un amplio espacio a la inquietud ante la búsqueda de Dios. También hemos observado los puntos de sintonía entre la postura de Wittgenstein y las de otros personajes contemporáneos, ya que la búsqueda de un sentido en el contexto de un mundo mecanizado ha sido una característica recurrente en diversos intelectuales y pensadores recientes. La religiosidad que persiguió nuestro autor para otorgar un auténtico objetivo a su existencia, fue un objetivo mediatizado por su condición ilustrada y su fidelidad inquebrantable al sentido de la lógica que impera en el mundo y que, no obstante, no nos permite penetrar en las cuestiones más esenciales para el ser humano. A partir de aquí la posición de Wittgenstein queda centrada en una circunstancia que prevalece como recurrente en toda la progresión de su pensamiento: la creencia sin fundamentos. Este punto de origen en el que concluyen todos nuestros razonamientos y nos dejan ante el Absoluto. Así quedó constatada la doble dimensión metafísica de nuestro autor. Por un lado, aquella que emergía detrás del silencio para ubicarnos ante la majestuosa distancia de la ética, de la debíamos sacar jugosas conclusiones aunque fuera sin verla ni tocarla. Por otro, la creencia religiosa que siempre le acompañó y de la que siempre se consideró un hijo bastardo. Prosiguió incansable deambulando a través de los recovecos del lenguaje hasta que aquella vida maravillosa que confesó haber tenido llegó a su fin.