Identity as alterity in Paul Auster`s The New York Trilogy and Martin Ami's London fields
- Rueda Montero, María Dolores
- Brian Crews Directeur/trice
Université de défendre: Universidad de Sevilla
Fecha de defensa: 11 octobre 2018
- José Antonio Álvarez Amorós President
- Carolina Sánchez-Palencia Carazo Secrétaire
- María Pilar Cuder Domínguez Rapporteur
- Manuel Almagro Jiménez Rapporteur
- Cristina Garrigós González Rapporteur
Type: Thèses
Résumé
Identity as Alterity in Paul Auster's The New York Trilogy and Martin Amis's London Fields" Este estudio, cuyo título podemos traducir como "Identidad como Alteridad en La Trilogía de Nueva York de Paul Auster y Campos de Londres de Martin Amis", es un acercamiento comparativo entre las obras de estos dos autores, centrándonos en la representación que éstos hacen de la identidad como alteridad, como un imposible en la literatura que se produce en el siglo XX, con la resonancia de que ello es consecuencia de que la posibilidad de una subjetividad estable, como tradicionalmente se había contemplado, se ha perdido en la vida actual, si es que alguna vez existió como tal. Esto nos lleva a considerar, a nosotros y a nuestros autores, a sus personajes y narradores y a los grandes pensadores de nuestra era, que la alteridad se ha instalado en el espacio antes reservado para la identidad subjetiva, o al menos que ha entrado a formar parte de lo que identidad es en sí, no solo de su significado. Históricamente, el concepto de identidad ha incorporado obligadamente el de alteridad, ya que uno no es uno si no puede compararse con otro, enfrentarse literalmente a otro— predominantemente, usaremos durante todo este estudio las teorías de Lacan, Derrida y Levinas sobre la relación intrínseca entre el yo y el otro, que le da sentido al primero—, aunque nosotros opinamos que Auster y Amis, y otros muchos autores a los que pronto nos referiremos, defienden una afirmación que llega aún más lejos: uno es otro para con uno mismo, puesto que todos los elementos que sustentan la identidad del sujeto, como discutiremos a continuación, son constructos que nacen de un sistema efectivamente mayor que uno mismo, pero que no se fundamenta en la realidad ni la naturaleza, y sobre todo, que la identidad parece no nacer del individuo, sino más bien parece ser adquirida mediante la formación en sociedad y la interacción con los otros que no son uno. Paul Auster, en las tres historias que componen la Trilogía— Ciudad de Cristal, Fantasmas y La Habitación Cerrada—, presenta un hilo argumental bastante circular, cíclico, casi concéntrico, pues en todas ellas el personaje principal es un hombre de mediana edad con una gran crisis de identidad que, al no encontrar nada verdadero en su interior en lo que fundamentar su subjetividad o su existencia, se proyecta en casos de búsquedas de otra persona, con la cual se obsesionan, intentando controlar cada movimiento y pensamiento del otro en el escenario de Nueva York en el siglo XX. Estos personajes se comportan como investigadores a la vez que como escritores, enfrentados irremediablemente a una actividad solitaria de observación e introspección. Todos ellos fracasan en su intento de comprender al otro y fracasan en su intento de conocerse a sí mismos por igual, dejando la Trilogía sin un final claro y a los personajes en un inmenso vacío existencial. Amis, por su lado, presenta un Londres apocalíptico cercano al fin del mundo y del milenio pasado, donde los personajes tienen un comportamiento similar al de los de Auster: el protagonista, un mediocre escritor americano, observa y relata la vida de otros tres personajes de su entorno Nicola Six, Keith Talent y Guy Clinch en la novela en proceso que él cree que acabará con el asesinato de Nicola, pues ella le ha expresado esa misma voluntad, la de morir al final. Adjunta tras cada capítulo de su ficción, un anexo con todas sus notas, como si de un detective se tratara, en el que conocemos los avances que hace también en su vida real. Todos estos personajes se hallan en la búsqueda trascendental de encontrar su identidad verdadera, su propósito en la vida, sin embargo, sucumbirán a las presiones atmosféricas, socio-económicas y sobre todo al mismo vacío existencial del que hablábamos en Auster. Desaparición, aislamiento, pobreza, e incluso la muerte; esas son las consecuencias que los autores imponen sobre narradores y personajes por igual, un final inesperado para muchos de ellos en una búsqueda que estaba destinada al fracaso desde un principio. Nuestros autores muestran que sería imposible para uno mismo conseguir determinar lo que uno mismo es, que uno mismo existe como tal o que pertenece a algo mayor, fuera de la propia interpretación del mundo o las convenciones sociales que uno sigue por acondicionamiento, de los roles que uno proyecta; que uno sólo encuentra nuevas preguntas donde lógicamente debería haber respuestas, y que la verdad, la realidad, la individualidad y la relación con los otros y el sistema han sido puestos en entredicho y han perdido su claridad como conceptos. Auster y Amis presentan la experiencia vital de unos personajes que se cuestionan todo esto y sufren graves consecuencias: unos desean tomar control de esa situación fragmentada y que simula a un juego en el que pretenden ganar, otros se enfrentan a un vacío existencial que nada puede llenar, abandonándose al confinamiento voluntario y aislándose de la sociedad. En su búsqueda por la autodeterminación, por una justificación vital, estos personajes no sólo deben lidiar consigo mismos, ya que alter es precisamente y por definición el otro, los ojos que nos ven y que dan sentido a lo que proyectamos de nosotros mismos. Todos los personajes principales en estas historias probarán que, aunque las otras personas son indispensables para el autoreconocimiento, la relación con el otro no produce una conexión, un entendimiento o un acercamiento: el otro es imposible de identificar y etiquetar de manera estable, cosa que complica aún más el proceso al que nos referimos. Nos enfrentamos en estas novelas a conceptos, y no realidades, palabras y no significado, una forma sin contenido, ya que nuestros autores desconfían incluso de la misma lengua como medio de representación de la realidad y nuestros personajes luchan en una búsqueda avocada al fracaso, en busca de una epifanía de autodeterminación y liberación que escapará de ellos en todo momento. La visión que ambos Auster y Amis ofrecen en sus textos ha sido enmarcada dentro de la corriente que algunos críticos llaman post-modernismo, un movimiento cuestionador que no se reduce a la literatura como expresión cultural, sino que esparce sus raíces profundamente en todo el sustrato intelectual, cuestionando las grandes verdades que la ciencia, la religión, la filosofía, la psicología, las fuerzas políticas, la antropología y cualquier disciplina imaginable han afirmado durante la historia (de hecho, algunos críticos hablan de que el impulso del postmodernismo no tiene barreras estilísticas ni tampoco temporales, que es una actitud constante en la historia). Desde este punto de vista, ellos van a transgredir las características normalmente relacionadas con referentes literarios tan indispensables como la figura del narrador, del personaje, del autor y hasta el mismísimo lector, que verán traicionadas todas sus preconcepciones y expectativas con respecto a lo que es una novela. A su vez, el lector se hallará ante lo que algunos expertos creen que es algo representativo de la novela postmoderna, cuajada de indeterminaciones, finales abiertos, cuestiones sin resolver, protesta sin solución propuesta o aparente... lo cual afecta directamente a la representación de las diferentes identidades de las que se despojan los escritores de la postmodernidad. Y aunque ambos autores de forma directa e indirecta, y repetidamente, renieguen del realismo en la literatura como vector de realidad alguna, en nuestra opinión, consiguen a través de su estilo más fragmentado, más fantástico o aparentemente menos elaborado (pues nos vemos exentos de la resolución, por ejemplo) una imagen de la realidad que refleja perfectamente como un espejo nuestra propia realidad: vemos la Nueva York del siglo XX como un bosque de asfalto, y un Londres apocalíptico de finales del mismo siglo, una de las ciudades más antiguas de la vieja Europa sin sitio ya para campos, pero que parece que llegará la primera a la resolución final, un fin del mundo en términos socio-políticos pero también ambientales, como consecuencia de las prácticas humanas que nosotros conocemos bien. De ahí, desde un escenario plausible, nacen las personalidades y las subjetividades, aunque no identidades, que conoceremos y cuya meta veremos desvanecerse en todos los casos. Para intentar enmarcar estas afirmaciones aparentemente confusas (e incluso aterradoras), que colocan la consecución de algo tan aparentemente dado como la identidad en un altar inaccesible, en el terreno de la ilusión, este trabajo se divide en cuatro bloques temáticos, una introducción y su conclusión, y una bibliografía con más de ciento treinta referencias. Como marco teórico para contextualizar esta crisis de la identidad misma que nuestros autores reflejan en sus novelas, hablaremos sobre la desconfianza que se genera a partir del siglo XIX hacia las grandes verdades, o grandes discursos, de la aparición del sujeto en la psicología y del Yo como entidad desde tiempos inmemoriales, de la formación histórica de la ciudad y sus centros de poder y sus consecuencias en la naturaleza y el medio ambiente. Hablaremos sobre la identidad nacional y el post-imperialismo, que nos lleva irremediablemente a referirnos a los distintos tipos de globalización en curso hoy día, y en general sobre aquellos conflictos que se han generado en la interpretación de lo que es real, de lo que es uno mismo y de lo que los otros son, aludiendo a las eternas preguntas sin respuesta en la física y la metafísica sobre qué somos y nuestro propósito en el mundo. Reflexionaremos, como ya anticipábamos antes, sobre las implicaciones oscuras de los diversos tipos de identidad colectiva, desde la nacional hasta aquella que construyen las minorías, que en todos los rincones del mundo reclaman una voz de la que la Historia como disciplina les ha deprivado a lo largo de los tiempos. Veremos cómo, exhaustos de buscar verdad y emancipación, los críticos han tornado hacia una interpretación de la realidad más textual, como si la realidad no fuese tal, sino un texto, escrito y recreado bajo el paso de siglos. Relacionaremos en el primer capítulo, que se titula ‘Identidades y Alteridades’ aunque parezca un espectro demasiado amplio, todas estas tendencias con el contenido en nuestras novelas, viendo cómo los personajes actúan según su posición socio-económica, que siempre se relaciona con sus orígenes y los lugares en los que viven y aquellos que frecuentan, y según su etnia, religión, sexo y un sinfín de categorizaciones que podemos encontrar en el repertorio de convenciones sociales que son a la vez una invención y una imposición inamovible. Esto genera un catálogo de personalidades como la psicología genera un catálogo de etiquetas y desviaciones, y nuestros personajes serán representativos o estereotípicos como por ejemplo los Stillman en la trilogía o Guy Clinch en Campos de Londres, que representan la supremacía blanca histórica, los narradores de ambas historias, ambos de clase media-alta y de creatividad media-baja, o los Talent (CL), que son símbolo de los bajos barrios de Londres, y así todo un muestrario que culmina con Nicola Six, un estereotipo muy controvertido, como más adelante veremos, de la femme fatale. Algunos de los autores de referencia de este capítulo serían por ejemplo Calinescu, Haidu, Ricoeur, Strathern, Berger, Gingrich, Hall, Bhabha, Sayd, Docherty o más profundamente Foucault, con su teoría del subalterno y su invisibilidad social, Baudrillard o Debord. Cabe destacar la importancia de los dos últimos en nuestra tesis, pues ellos son quienes se refieren más directa y crudamente a la realidad como un constructo completamente independiente del individuo, una ilusión impuesta sobre él: según Baudrillard una colección de espectáculos, simulacros según Debord, una hiperrealidad que ha sustituido a lo real en todos los estratos del sistema, aunque, según ellos, no se basa en la naturaleza o la realidad, sino que las sustituye, autogenerándose en continuo flujo, movimiento, y recreación. Este simulacro se ve apoyado en corrientes totalizadoras u homogeneizantes como la globalización y difundido por los medios de comunicación (Amis ataca particularmente a la televisión). En general, en este capítulo primero tratamos el tema de la realidad, la Historia o la identidad misma del ser como una narrativa, mientras que la verdad como concepto totalitario muere según el profético "Dios ha muerto" de Nietzsche, y la narrativa se considera como completamente exhausta (como Barth la consideraba en su famoso ensayo). Todas esta perspectivas resultan infinitamente interesantes para nosotros en el empeño de analizar profundamente la identidad que nuestros autores representan en estas novelas pues, por encima de todo, es evidente que todos los personajes intentan su propio modo de escapismo porque, como muchos de estos pensadores creen que le ocurre al ‘hombre postmoderno’, en estas novelas esta continua indeterminación y alienación de su propia realidad que el sujeto experimenta lleva a los personajes a un gran estado de incomodidad, un deseo irrefrenable de dejar su vida porque no se sienten realmente identificados con la posición social que tienen que desempeñar, no están a gusto en su sitio, pero además, y lo que es peor, no están a gusto en ningún sitio. En el capítulo segundo, llamado ‘Tendencias postmodernistas: Auster y Amis’ contextualizamos la Trilogía y Campos de Londres en relación con los otros trabajos más característicos del corpus de estos autores, para corroborar que ambos presentan un interés especial por el concepto de la identidad del sujeto a lo largo de su carrera, como ocurre con Auster en por ejemplo El Libro de las Ilusiones, una obra posterior donde reproduce casi idénticamente el bagage personal de Quinn, protagonista de Ciudad de Cristal, en un nuevo protagonista que, como Quinn cuando se obsesiona con el caso Stillman, también se ve embarcado en una búsqueda obsesiva que le llevará a encontrarse con su yo más profundo y escondido, o más bien con la ausencia de él. En el caso de Amis destacamos por ejemplo Otra Gente, una obra anterior en la que Amis explora la psique de una protagonista femenina, Mary Lamb, que ha perdido la memoria y en su estado amnésico, también desconoce las convenciones sociales y el uso de los objetos del día a día. En esta obra, Amis despoja por completo a este personaje de identidad alguna tras despojarle de todos sus recuerdos y habilidades aprendidas, amén de explorar los roles que desempeñan las mujeres en una sociedad mayoritariamente machista, algo que volvería a intentar en Campos de Londres, como veremos luego. Aparte de la coherencia demostrada durante la carrera de estos autores con respecto a la temática de la búsqueda fallida de la identidad propia, se descubre en estas dos novelas una intención especial por referirse directamente a otras manifestaciones literarias contemporáneas y pasadas, por lo que extraemos qué obras han influenciado a los autores directamente del texto literario, no de la crítica. Nuestros autores recuerdan a intenciones ya presentes especialmente en el modernismo o el romanticismo y ellos mismos posicionan a la corriente realista como una antítesis. Nuestros autores reconocen y traicionan a estos predecesores para producir una nueva clase de literatura que nos dedicamos a describir en cada capítulo, una que muestra abiertamente las fuentes de las que bebe (ya que ambos autores citan exhaustivamente o se refieren a antecedentes literarios como Shakespeare, Mellville, Poe, Whitman y un largo etcétera que encontramos en el capítulo segundo), pero a la vez va a transgredir todas las preconcepciones atribuidas a la novela tradicionalmente, como estamos intentando esclarecer, por ejemplo deprivando al lector de una resolución clara (en la Trilogía el final de las tres historias es indeterminado, mucho más el hilo conductor de todas ellas, mientras que en Campos de Londres el protagonista morirá, asesinando al personaje principal de su novela antes, y dejando un futuro incierto en la constante amenaza de problemas apocalípticos), o de suspense, pues en la Trilogía los personajes principales abandonan o fracasan en sus casos de espionaje, desviando la atención hacia la autocontemplación, mientras que en Campos de Londres el narrador desvela el final desde la primera página: es la historia de un asesinato, sólo que al final el asesino es alguien que él no esperaba: él mismo. Hablamos sobre cómo ambos autores, aunque manifiestan desconfianza en el lenguaje como todos los autores postmodernistas— pues consideran que el lenguaje impone el significado a objetos y conceptos que de otro modo no lo tendrían—, manifiestan de todos modos un gusto por el uso de un lenguaje simple a la vez que muy intrincado, pues se usa de forma defamiliarizadora, resultando muchas veces confuso su significado y el reconocimiento de la realidad en él. Reflexionamos más profundamente en este capítulo también, usando entre otras, pero sobre todo, la obra de Mumford, sobre la formación histórica de la ciudad como imposición sobre la vida real, basada en la conexión con la naturaleza, que junto con el carácter alienador de las convenciones sociales descritas al dedillo por De Certeau, como si de un diccionario de las interacciones se tratara, muestra cómo los seres humanos hemos sido cuasi programados para vivir en el sistema, con poca o ninguna opción a la individualidad o el libre albedrío. Todo ello apoya la perspectiva que tomamos con respecto a nuestros personajes y confirma que habitan un mundo que es realmente una ilusión, lo que Baudrillard llama relacionarse con el medio por seducción, y esto es importante porque se relaciona con lo fantasmal de la identidad de los personajes que encontramos en estas novelas y con su relación con la naturaleza, que es un bloque temático importante en cada una de las novelas. En cada una de las tres historias de Auster los personajes desean escapar de la ciudad como símbolo de un sistema impuesto, quieren escapar también de la sociedad en general, pero no encuentran ningún resquicio al que huir. La única manera que hallarán de desaparecer es el confinamiento en el caso de Blue, la pobreza y la vida en la calle para Quinn y el abandono de toda atadura con su vida pasada y su identidad para Fanshawe, que escapa de sí mismo. En estas huidas, contemplan el cielo como único resquicio de una naturaleza inaccesible y a los demás desde una posición desde la que son completamente invisibles. En el caso de Amis es aún más evidente que la naturaleza no es opción, pues se ha vuelto en contra del hombre y el planeta se encuentra bajo el augurio de la autodestrucción por un tiempo atmosférico de proporciones "bíblicas" o por intervención humana (como una detonación nuclear por parte de cualquiera de las potencias que se encuentran en macro-guerra en el mundo de la novela, que no es tan distinto al nuestro o al contemporáneo de la publicación de ésta, en 1989). Hay en estas novelas dos referentes literarios que, como dijimos antes, serán traídos directamente a la atención del lector, e insistentemente, por lo que los elegimos como hilo conductor para el capítulo tercero "Personalidades postmodernas: Revisitando El Quijote y Walden". En este capítulo dedicamos un lugar preeminente al desarrollo de la identidad subjetiva y la subversión de ésta por parte de nuestros autores a lo largo de todas las capas posibles desentrañables en la narrativa. Siguiendo el símil de Bauman que describe la transformación del sujeto "de peregrino a turista" nos centramos en las opciones modernas accesibles a los rebeldes del sistema: ser jugador o mendigo. Para nosotros, algunos personajes como el narrador (sin nombre) de la Trilogía o en el caso de Campos de Londres Talent, Young (el narrador) y sobre todo Nicola, se consideran jugadores en el juego de un sistema que saben irreal, como un simulacro o espectáculo. Para jugar, hay que carecer de escrúpulos, según Bauman, y es eso precisamente lo que vemos en nuestros jugadores, sobre todo en Nicola, una femme fatale que se dedica en cuerpo y alma a hacer daño a los hombres. La otra sección de personajes: Quinn, Blue, Fanshawe (la Trilogía) y Guy Clinch (CL), advirtiendo la irrealidad de sus vidas, deciden dejarse llevar por la nada, abandonarse, vivir con lo mínimo, comer lo mínimo, un dolor autoinfligido que les acerca a la contemplación y que, sobre todo, les lleva a creer estar más cerca de la libertad de un sistema impuesto. Para nosotros, y porque los autores insisten mucho en que prestemos atención a estos referentes literarios, los jugadores representan el carácter de un Don Quijote moderno, que ve molinos donde en realidad hay monstruos; personajes que se dejan llevar por la fantasía y la intenta igualar con una fantasía aún mayor (claramente el narrador sin nombre y Nicola llevan sus situaciones al extremo, como sabrán quienes lean las novelas). Walden sin embargo es el referente de los mendigos, personajes que se aíslan de la sociedad para entregarse a la observación de la naturaleza, del cielo, aunque jamás desde un entorno natural, sino en el lago de su propia psique— o, como Quinn, desde el contenedor de un callejón neoyorquino sin salida—, pues ya no les queda más opción que la cuidad, el sistema, como modo de vida. A diferencia de Thoreau, estos personajes no tendrán la oportunidad de volver a integrarse en sus anteriores vidas, pues su identidad ha desaparecido. Como dijimos con anterioridad, no sólo los personajes sufren de este despojamiento de etiquetas y subjetividades reconocibles y estables, sino que ambos autores juegan a desviar la expectación creada del lector sobre quiénes son los verdaderos narradores e incluso autores de estas obras, ya que ambas novelas se presentan como el trabajo de un escritor dentro de la ficción que no son los mismos Auster y Amis, que finalmente se ve traicionado por una invisible mano que ha controlado sus ficciones y por lo tanto sus vidas. Auster introduce en Ciudad de Cristal a un autor también llamado Auster que trabaja sobre la autoría en El Quijote. Éste sostiene que según sus investigaciones El Quijote es una obra impulsada por el propio Alonso Quijano, en el deseo de que su vida sea relatada en forma de ficción, por lo que la ficcionaliza y atrae a otras tres personas para narrar, escribir, y traducir y editar el texto final que se encontrará Cervantes. Aunque una hiperinterpretación de un texto que sabemos bien que sí era de Cervantes, es interesante que Auster dedique tanto tiempo de la novela a la intrincada explicación de esta teoría de Auster (el personaje). Pues bien, según nuestras investigaciones, una estructura de autoría colectiva parecida se ve presente en ambos la Trilogía y Campos de Londres, cosa que también desarrollamos en este tercer capítulo. Para construir estos "cuartetos" nos basamos siempre en el texto, no en suposiciones, aunque no deja de ser una interpretación propia, pues hemos de aceptar que hay diversas interpretaciones y que los autores no imponen un sólo significado como estrategia. De todos modos encontramos que al final de la Trilogía parece que el narrador, autor en la ficción y protagonista de la tercera historia, que ha utilizado textos de Quinn y Fanshawe, se ha visto embaucado por el personaje Auster, que parece haberle empujado a llevar a cabo toda su búsqueda fallida, abandonando todo lo material e inmaterial que tenía en la vida. El personaje Auster, que según nuestro punto de vista, es Auster mismo insertado en la ficción, es esa mano invisible que efectivamente somete a los personajes a tanta penuria y ninguna recompensa. Del mismo modo en Amis, Young, el narrador, autor y protagonista de la novela, se ve traicionado por Nicola, que le ha hecho creer que él estaba controlando el desarrollo de la novela, cuando él mismo se ve en el papel del asesino inesperadamente. El narrador, que ha usado los diarios de Nicola y textos también de sus otros personajes principales Talent y Clinch, descubre hacia el final de la novela que hay verdaderamente un personaje a la sombra propiciando esta acción y Amis implica que es el dueño del apartamento donde Young se hospeda en Londres, el exitoso escritor Mark Asprey, M.A., de nuevo un alter ego de Martin Amis que comparte iniciales con él, un truco que le gusta utilizar a lo largo de su producción literaria. Es de este modo que nosotros mismos construimos nuestros colectivos de autores como Auster, el personaje, intentaba hacer en Ciudad de Cristal. Para finalizar con esta disertación sobre la identidad como alteridad en estas dos obras escogidas, es aquí cuando nos detenemos a pensar en profundidad por segunda vez en este estudio en la relación del uno mismo con el otro, en el capítulo cuarto. Este capítulo se ha titulado ‘Mujer como el Otro más oscuro’ y se centra más en la novela de Martin Amis ya que, aparte de Nicola Six, no vemos (literalmente pues algunas mujeres no muestran ni su rostro) en ninguna de las dos novelas a un personaje femenino que sea fuerte y autosuficiente, y que afecte tanto a la acción como Nicola Six. Lo primero para nosotros en este capítulo es reconocer que, como la gran mayoría de los autores consultados, hemos estado ocultando cierta información que las teorías del otro de Lacan, Derrida y Levinas conllevan irremediablemente: la mujer es otro para el sujeto filosófico. No sólo es la mujer otro para con el hombre, sino que es el símbolo máximo de lo desconocido. Tomamos como referencia el ensayo de Levinas "El Tiempo y el Otro", donde el autor manifiesta un lenguaje marcadamente masculino con respecto al sujeto, concediéndole como mayor virtud aquella que él llama virilidad mientras que a la mujer, o a lo femenino, se le califica como "el otro completamente otro", caracterizada por su humildad y su deseo de esconderse de la experiencia filosófica que él llama "luz"; en definitiva, Levinas reduce lo femenino a la oscuridad. Lo mismo hace Amis, Nicola como símbolo de lo femenino es siempre descrita como oscura: su piel, su pelo, sus intenciones. Como nosotros, otras autoras como Kristeva o Irigay han apreciado la afrenta de estos pensadores que, no reconociendo la experiencia vital de la mitad de la humanidad, silencian la feminidad y la confinan a la oscuridad y a lo desconocido. Estas autoras defienden que la feminidad ha sido descrita a través de la historia desde la masculinidad, siempre desde el filtro de autores masculinos que viven la feminidad desde la desconfianza, o como Irirgay sugiere, desde el miedo, pues lo desconocido inspira miedo. Si hemos discutido a lo largo de los anteriores capítulos que el sujeto no podrá llegar a aprehender su propia identidad, porque ésta depende del otro, imaginamos que para esta feminidad, que ya es otra por definición sin opción, debe ser imposible reconocerse en sus propios términos. Esta problemática reconocida por estas autoras con respecto a la ausencia de voces femeninas en el terreno de lo intelectual es, en nuestra opinión, la que Amis explora a través del personaje de Nicola Six. Es casi un consenso entre la crítica feminista que Martin Amis expresa lo más profundo de su cultura machista a través de este personaje, que tanto daño gratuito causa al sexo opuesto y a sí misma, y que utiliza el sexo y sus armas de mujer en todo momento para controlar al resto de los personajes (masculinos). En nuestra opinión, la feminidad que Amis ha escogido para Nicola es, como la masculinidad de sus compañeros de reparto, un extremo satírico y estereotípico, pero para nosotros, más allá de esta afirmación superficial, existe la posibilidad de que Nicola no sea la epítome de la feminidad, sino el final de la feminidad inventada por y para los hombres. En un interesante repaso por todos los personajes femeninos de la novela, vemos que Nicola no guarda ningún atisbo de personalidad real, que ha dedicado su vida a perfeccionar los roles femeninos que la sociedad proyecta como posibles, específicamente, ella encarna aquellos que le conceden poder sobre los hombres, el de femme fatale y todas sus variantes (como la joven virginal si es eso lo que el hombre busca, como en el caso de Clinch, o la actriz porno para Talent). Estas etiquetas y estos comportamientos son vistos por Amis como antinaturales y dañinos, y él les da cuerpo y voz, para que destruyan a los hombres de su alrededor. El propósito de ella de ser asesinada por un hombre y su consecución pueden ser, en nuestra imaginación, una llamada a descartar estos estereotipos en busca de una nueva feminidad, como Irigay y otras autoras proponen, una que se describa en sus propios términos, y que hable con y en su propia lengua. No es una interpretación tan descabellada, en nuestra opinión, ya que el narrador de Campos de Londres vuelca su esperanza en el futuro en la pequeña niña, aún un bebé, de los Talent, cuya responsabilidad otorga a Guy Clinch (recordemos que éste es el personaje adinerado, que con mayor probabilidad podrá proveer a la criatura con todo lo que necesite en el futuro), alejándola de un futuro ciertamente desastroso. En un intento nada garantizado por mejorar el futuro, la feminidad fabricada de Nicola Six es sacrificada en pos de la feminidad aún por construir de la pequeña Kim Talent, lo cual no exime a Amis de ser machista, cosa que no sabemos, pero sí exime a la novela de la visión tan pesimista de la feminidad en la que otros críticos, quizás a la ligera, la han encasillado, que es en realidad el propósito de este cuarto y último capítulo de la tesis. En resumen, este trabajo se centra en desarrollar la representación que Paul Auster y Martin Amis hacen en La Trilogía de Nueva York y Campos de Londres, respectivamente, de la identidad subjetiva como si de alteridad total se tratase. Concluímos que estos autores, como muchos otros autores de la postmodernidad, abogan por dejar atrás el concepto de identidad estable e introducir en su lugar otros tipos más abiertos de identificación, asumiendo que ninguno de ellos es absoluto y que no nacen de la naturaleza del individuo. Hemos visto que bajo la aparente inconclusividad y la elusión, encontramos una intrincada red de conexión intra e intertextual en ambas novelas y que en ambas se contempla la identidad como algo no estable, fluído, que vuela en diferentes direcciones al mismo tiempo y que ésto es algo que estos autores dejan permear a través de todas las múltiples capas de su ficción. Sin ánimo de imponer sentido a la indeterminación que estos autores adoran, hemos atado cabos en los textos para aclarar las intenciones más profundas de estos autores y de los de su generación en oposición a corrientes anteriores, y éstas son el despojarse de limitaciones que la novela ha tenido con respecto a la representación de la fragmentación de la experiencia humana y el dejar atrás preconcepciones que han sido impuestas a la novela por el paso del tiempo, para crear un nuevo producto que disfruta precisamente de esa fragmentación e indeterminación, del humor negro, de la sátira y la protesta social sin proponer soluciones, que no responde a cuestiones sino que crea nuevas preguntas... y que nos hace disfrutar, proponiendo nuevos retos al lector, ya hecho a estructuras fijas con respecto a forma, contenido, caracterización, agencia y un largo etcétera de convenciones de las que no somos conscientes, al menos hasta que leemos a Auster y Amis, que nos retan a la autoreflexión al igual que a la reflexión literaria.