La reproducción social a través de los sistemas electorales estatales en México

  1. Ávila Sánchez, Rocío Jazmín
Dirigida por:
  1. Luis Enrique Alonso Benito Director/a

Universidad de defensa: Universidad Autónoma de Madrid

Fecha de defensa: 26 de enero de 2016

Tribunal:
  1. Ángel Rivero Rodríguez Presidente/a
  2. Javier Franzé Secretario/a
  3. José María Arribas Macho Vocal

Tipo: Tesis

Resumen

La literatura que analiza el sistema electoral mexicano es extensa, las particularidades del caso lo han situado como objeto de análisis de teóricos extranjeros como Sartori (1980), Nohlen (1998), Colomer (2001) y Reynoso (2004); en el ámbito nacional destacan los estudios de González Casanova (1967), Luis Medina (1978, 1995), Alonso Lujambio (1987, 1995, 2002, 2003) y José Antonio Crespo (1999, 2000), entre muchos otros. En ella, persiste la afirmación de que la alternancia en el poder, o explícitamente la derrota presidencial del Partido Revolucionario Institucional (PRI) en el año 2000, resultaría un signo inequívoco de que el régimen autoritario habría llegado a término. Sin embargo, diversas investigaciones permiten inferir que los gobiernos estatales, independientemente del partido de origen, no sólo han heredado las instituciones y los mecanismos autoritarios, sino también los han perfeccionado (Cf. Cancino, 2006; Fernández, 2007; Guillén, 2006; Sánchez, 2007; Schedler, 2004). La evidencia empírica muestra que en las entidades federativas y en el gobierno federal, persisten las condiciones propias de los sistemas de partido hegemónico pese a la alternancia, revelando además que la institucionalización de la democracia liberal implementada en México, basada en un criterio individualista y procedimental, ha sido insuficiente para garantizar la participación de más de la mitad de los ciudadanos, incluso en el nivel más elemental -el voto-. La noción de democracia, establecida hace dos siglos como una de las aspiraciones vertebrales de la civilización occidental, se ha convertido en una serie de mecanismos de exclusión (Bonfil Batalla, 1987; Fernández, 2007). Bajo estas premisas la presente investigación se plantea analizar el sistema electoral en las entidades mexicanas con un enfoque mixto que recupere los presupuestos de la literatura sobre sistemas electorales y profundice, a través de una metodología cualitativa, en la conexión de la información empírica con los conocimientos acumulados. A través de la concurrencia de teorías que desde la sociología y la antropología confluyen con fundamentos propios de la ciencia política, se busca explicar a los sistemas electorales en México como un mecanismo de reproducción social (Bourdieu y Passeron, 2003) resultado de factores culturales e históricos determinados. La implementación en México de la democracia representativa, ha permitido justificar una estructura de control cultural que reproduce las condiciones de dominación del grupo en el poder. Desde los primeros años de vida independiente hasta la actualidad se observa que la coincidencia entre poder y civilización occidental en un polo, y sujeción y civilización mesoamericana en el otro tiene referentes que aluden a una historia colonial inacabada, en el sentido de que los grupos que han detentado el poder en México desde 1821, han diseñado e implementado los proyectos nacionales en el marco de la civilización occidental, en los que el México profundo no tiene cabida, como lo afirmaba Bonfil Batalla (2005). Esta polarización cultural ha generado diversos actos de resistencia, movimientos colectivos y silencios prolongados de los que el abstencionismo electoral es un ejemplo. Por otro lado, esta oposición se manifiesta en la ambigüedad del sistema electoral mexicano, que formalmente cumple en términos procedimentales con los preceptos de una democracia liberal y, por otra es un instrumento de reproducción de las condiciones que fomentan cacicazgos, prácticas patrimonialistas y la persistencia del corporativismo, a través de los cuales se garantiza la permanencia de una élite política (Pareto 1980). Esta reproducción es posible en tanto existe un trabajo pedagógico, que produce un efecto de inculcación y que mide su éxito por el grado en que logra transmitir a los destinatarios la arbitrariedad cultural, que éstos asumen de manera inercial y mediante la que se legitima el dominio de una clase sobre otra. La principal forma de inculcar estos principios es por medio del habitus y, la mejor manera de medir la productividad pedagógica es que éste sea transferible, que a partir de los principios inculcados se puedan engendrar nuevas prácticas en las personas que no las tenían (Bourdieu y Passeron, 2009). Bajo esta lógica, las prácticas políticas y los mecanismos para conformar al gobierno no estarán relacionados directamente con la permanencia de un partido determinado en el poder, ni con la alternancia o con factores como la competitividad electoral; sino que responden más bien a prácticas culturales mediante las que se reproducen condiciones de dominación y a través de las cuales cada clase social interioriza los esquemas a partir de los cuales percibe el mundo y actúa en él. En este sentido los sistemas electorales en las entidades son un buen referente para comprobar empíricamente que la alternancia no ha modificado las características esenciales del sistema político, porque históricamente éstos han sido un mecanismo para mantener el statu quo, legitimar la dominación de la élite en el poder y cumplir la función de reproducir el sistema y de garantizar la permanencia de una estructura social determinada, lo cual se observa tanto en escenarios de alternancia, como en los de partido dominante e incluso hegemónico. Además de los sistemas electorales, en el ámbito estatal diversos estudios (Ramírez 2005, Emmerich y Medina, 2002), apuntan a que no obstante los cambios derivados de la alternancia en la presidencia en el 2000, los gobernadores, con independencia del partido de origen, han seguido reproduciendo el papel preeminente frente a sus respectivos congresos a través, entre otras cosas, de la sobrerrepresentación de su partido en las legislaturas estatales. Esto sin dejar de lado la concentración de poder producto de las facultades metaconstitucionales del Ejecutivo (Carpizo, 2002). A partir de estos preceptos, se establece como objetivo general analizar los sistemas electorales estatales como uno de los mecanismos a través de los cuales se hace posible la reproducción de la estructura social. Con la hipótesis de que la alternancia partidista no ha implicado cambios en la dinámica política, en tanto no existe una ruptura con el modelo procedimental de democracia liberal implantado en México y que responde a los intereses de una clase determinada; por lo tanto los sistemas electorales son mecanismos que tienen como función esencial reproducir las condiciones de dominación del grupo en el poder y, a través del trabajo pedagógico legitiman prácticas políticas que permiten mantener el statu quo, coadyuvando en la formación de un habitus.