La escuela modernauna editorial y sus libros de texto (1901-1920)

  1. VELÁZQUEZ VICENTE, PASCUAL
Dirigida por:
  1. Antonio Viñao Frago Director/a

Universidad de defensa: Universidad de Murcia

Fecha de defensa: 13 de mayo de 2009

Tribunal:
  1. Agustín Escolano Benito Presidente/a
  2. Pedro Luis Moreno Martínez Secretario/a
  3. Alejandro Tiana Ferrer Vocal
  4. Pere Solà Gussinyer Vocal
  5. Luis Miguel Lázaro Lorente Vocal

Tipo: Tesis

Teseo: 108054 DIALNET

Resumen

Publicaciones de la Escuela Moderna fue una pequeña editorial (gráfico 6, p. 414) que desarrolló su actividad bibliográfica durante las primeras dos décadas del siglo XX (1901-1920). Editó 127 volúmenes que supusieron la impresión de aproximadamente 20.000 páginas (gráfico 4, p. 413). Vinculada en su inicio a proporcionar libros de texto a la Escuela Moderna, sus primeros pasos (1901-1904) fueron apresurados. La necesidad de libros escolares de la nueva institución de enseñanza espoleó la actividad editorial que, sin una planificación previa, recurría a maestros de la propia escuela -Clemencia Jacquinet, Leopoldina Bonnard-, adoptaba provisionalmente obras de otras publicaciones -el Silabario de Celso Gomis-, convocaba concursos -"Concurso de Aritmética"- y hacía llamamientos -"A los intelectuales"- para captar nuevos autores que proporcionaran obras de uso inmediato en las aulas: cartilla, libros de lectura, manuscrito, Gramática española, Gramática francesa y manual de Historia universal, entre otras. El bienio representado por los años 1905 y 1906 supone la consolidación de la actividad editorial, con la incorporación al catálogo de una treintena de nuevos volúmenes. Junto a los libros destinados al trabajo escolar, hacen su aparición otros textos que desbordan los límites de la institución educativa: novelas y relatos breves, tratados de Sociología, de Filosofía política y moral, o complejos textos trufados de heterogéneas especulaciones de las más variadas disciplinas. En torno a medio centenar de centros educativos venían haciendo uso de estas publicaciones. En junio de este último año, imputado como cómplice en el atentado perpetrado por Mateo Morral contra el rey Alfonso XIII, es encarcelado el fundador de la Escuela Moderna, ordenado el embargo judicial de sus bienes y suspendida la actividad de su institución educativa. La autoridad gubernativa -desde 1906- ya no volverá a permitir que se reabra la escuela de Ferrer. Absuelto un año más tarde, y levantado el embargo -cuyas últimas medidas se prolongan hasta octubre de 1907- se reanuda la edición de libros (un único texto lleva fecha de 1907: el tomo tercero de la serie El Hombre y la Tierra, de Elíseo Reclus). Puestos a disposición de su legítimo dueño los bienes patrimoniales, el pulso editorial se recupera a buen ritmo: en año y medio se publican nueve títulos y se hacen cinco reediciones de libros anteriores. Otra vez ante los tribunales -1909-. En esta ocasión, Ferrer es acusado de ostentar la jefatura de la rebelión militar que derivó en los acontecimientos conocidos como la Semana Trágica de Barcelona. Fue sentenciado por un Consejo de guerra a la pena de muerte, y fusilado el trece de octubre de ese año. No obstante, la traba sobre sus bienes se mantiene hasta que, los insistentes esfuerzos de albaceas y amigos del de Alella, obtienen una resolución judicial que levanta de nuevo el embargo dos años después -diciembre de 1911-. Por esta razón, los años 1910 y 1911 no registran ni nuevos libros ni reediciones de viejos títulos. El período Ferrer (1901-1909) agrupa al 42'5% de la producción total (54 volúmenes). El período Portet (1912-1920) reunirá el 57'5% (73 volúmenes) del contingente bibliográfico editorial. Lorenzo Portet regirá los destinos de las Publicaciones de la Escuela Moderna desde 1912 hasta su desaparición a comienzos de la década de los años veinte del siglo XX. No obstante, hemos de considerar en este tiempo varios puntos de inflexión. La editorial publica 9 nuevos títulos y hace al menos dos reediciones de textos en el año 1912 -la mayor parte de ellos proyectados, ultimados o imprimiéndose ya en 1909-. El resto son breves folletos o recopilaciones. Sobre la producción editorial de los años 1912 a 1914 planea la sombra de Ferrer. En gran medida los títulos editados en estos años suponen el cumplimiento, por parte del legatario Portet, de las disposiciones testamentarias del director de la Escuela Moderna y también de varios de los títulos que, habiéndose comenzado a distribuir en años anteriores, se incorporan ahora a la oferta editorial. En 1913 no hemos podido registrar publicación alguna. En este año pleitean, ante los Tribunales de Paris, Lorenzo Portet y una antigua maestra de la Escuela Moderna, Leopoldine Bonnard. La resolución es favorable a Bonnard y le supone la obtención de 110.000 francos. Es en 1913 cuando debió planificarse el futuro inmediato de las Publicaciones, concluir con los encargos testamentarios de Ferrer (1914), rebautizar la editorial (1915) y llevar a cabo el despliegue de nuevos títulos más importante de su historia (1916). La muerte de Anselmo Lorenzo se produce en el año 1914, la editorial le homenajea con una biografía, un tomo recopilatorio de algunas de sus obras y un folleto del viejo anarquista. En el año 1915, Portet decide editar una más de las obras indicadas por Ferrer, La Gran Revolución, de Kropotkin -que pese a estar ultimada en 1909 aún no se había editado-, dejando sin cumplir los últimos encargos: publicar cinco volúmenes sobre educación moral y un semanario dedicado a educación y sindicalismo. De 1915 a 1918, Portet se desembaraza de la voluntad de Ferrer e impone sus propios criterios editoriales: varía la denominación de la empresa ferreriana -ahora pasa a llamarse Casa Editorial Publicaciones de la Escuela Moderna- y rescata una vieja idea rechazada por Ferrer en 1908, la creación de una Biblioteca Popular -con 28 volúmenes de los que se hará una reedición- que bajo la denominación de Los Grandes Pensadores, recogerá compendiadas algunas obras de numerosas figuras de la literatura, la filosofía, la política y la ciencia. Saltará a la otra orilla del Atlántico para requerir los servicios en Buenos Aires de un representante de la casa editorial para Argentina y Uruguay. El año 1916 registra el mayor volumen de nuevos títulos de toda la vida editorial de la institución ferreriana, textos encuadernados en rústica y a precios económicos. En esta fecha se aventura, así mismo, a vender libros que bajo la indicación de Biblioteca de Divulgación eran publicados por empresas ajenas. En el año 1917, aunque salen a la luz 12 nuevos títulos, la producción editorial ha caído prácticamente en un 60% respecto del año anterior. En octubre de este año se pone término a la colaboración editorial con la extensión americana de la Escuela Moderna, replegándose nuevamente a su ubicación hispana. Al año siguiente acontece la muerte de Portet. La producción editorial se ha desplomado hasta 3 nuevos títulos en 1918. Con los herederos de Portet al frente -su mujer Octavie Oerbrechet y los hijos de aquél- el año 1919 únicamente registra un nuevo título. En 1920 sólo hallamos reediciones de obras anteriores. Después de esta fecha no hemos encontrado señales de actividad editorial. Ubicada en las mismas dependencias que la Escuela Moderna tenía en la ciudad de Barcelona, calle de Bailén número 70, desde el año 1901 a 1903, la dirección editorial sufre una pequeña variación a partir de esta fecha (1903) y hasta el año 1907, fijando su domicilio en el número 56 de la misma. No habiendose producido traslado alguno de la Escuela Moderna ni de su editorial, esta variación obedece únicamente a una renumeración de la finca urbana. En 1908 desplaza su dirección al número 596 de la Calle Cortes, también en la capital catalana. Las nuevas señas se mantendrán durante el año siguiente (1909) hasta que se produce una nueva interrupción judicial de la actividad editorial -la primera suspensión ya había ocurrido entre junio de 1906 y julio de 1907-. Con la devolución de los bienes de Ferrer -sometidos a embargo por resolución judicial- a su legatario Lorenzo Portet, la editorial se situará en el 478 de la calle Cortes, y éste será el domicilio definitivo hasta el momento en que cese en su actividad (1920). El dueño de la editorial ferreriana y de la Escuela Moderna era la misma persona: Francisco Ferrer Guardia. Los fondos económicos necesarios para poner en marcha ambas empresas tienen un origen común, el legado testamentario de Ernestine Meunié, amiga personal y antigua alumna del pedagogo alellense cuando éste impartía clases de español en París. El fallecimiento de la Meunié, en abril de 1901, puso en manos de Ferrer un inmueble sito en la calle Petites Écuries, número 11, de la capital francesa, que contaba con numerosas dependencias para arrendar y que proporcionaba a su nuevo dueño cuantiosos ingresos. Obtuvo, así mismo, una renta anual entre 10.000 y 12.000 ptas. Los gastos de la escuela (incluida la puesta en marcha de la editorial) durante los dos primeros años ascendieron a 50.000 ptas. Una auditoría de cuentas, correspondiente al período de julio de 1904 a enero de 1906, determinó que la renta neta obtenida por Ferrer como consecuencia del alquiler de los locales de su casa de París ascendía a 53.826 francos. La renta anual percibida, y las rentas obtenidas de sus arrendatarios, debieron proporcionar dinero suficiente para hacer frente al alquiler del local de la Escuela Moderna, el acondicionamiento de sus instalaciones, el pago del personal y la obtención de recursos para la puesta en funcionamiento de la misma. Adquirió una imprenta para la editorial que vendería posteriormente, por resultar más provechoso el encargo de la edición de los volúmenes a diferentes tipográficas barcelonesas. A partir de septiembre de 1903 hay constancia documental de que Ferrer, con el dinero obtenido de hipotecar el inmueble de París, adquirió acciones de la sociedad Fomento de Obras y Construcciones y las pignoró en el Banco de España, de Barcelona, para la obtención de dos cuentas de crédito con garantía de valores: una por valor de 100.000 ptas. y otra de 150.000 ptas. -la última cancelada en octubre de 1904-. Con el crédito obtenido adquirió nuevas acciones de la misma sociedad y volvió a pignorarlas en la misma entidad bancaria, obteniendo dos nuevos créditos por un importe de 150.000 ptas. cada uno (de octubre de 1905 y mayo de 1906). Los beneficios conseguidos con las operaciones especulativas bursátiles permitieron al fundador de la Escuela Moderna comprar en 1903 la finca "Mas Germinal", en Montgat, por 22.500 ptas.; hacerse en diciembre de 1905 con los derechos de publicación en español de la obra El Hombre y la Tierra, de Elíseo Reclus, por la que se vio obligado a realizar un primer pago parcial de cuantía 35.000 ptas.; y adquirir, a comienzos de 1906, una finca rústica por 8.270 ptas., además de afrontar los gastos de la escuela y remunerar a los autores de las publicaciones (500 ptas. por tomo a cada autor y por adelantado) y pagar a las tipográficas encargadas de la edición de los libros. La dirección y gestión editorial era llevada en todos sus extremos por el propio Ferrer desde sus inicios en 1901. A comienzos de 1905, se hace con los servicios de Mariano Batllori, que a partir de esa fecha asume las funciones de dependiente de la biblioteca, recoge la correspondencia, se encarga de la venta de ejemplares y lleva la contabilidad editorial. A finales de junio de 1905, el propietario de la editorial acuerda con Alberto Martín -a quien había vendido la imprenta que en los comienzos adquirió para la editorial- que este último desempeñe la función de administrador de la obra de Reclus El Hombre y la Tierra, para lo cual realiza desembolsos con carácter periódico (desde esta fecha hasta que se complete la obra en 1909). En febrero de 1906 Ferrer propuso a Mateo Morral encargarse de las Publicaciones de la Escuela Moderna. Morral comenzó a trabajar sin percibir contraprestación y, a mediados de marzo de ese año, empieza a abrirse paso la posibilidad de que Ferrer ceda la editorial al del Sabadell. El fundador de la Escuela Moderna avaló a Morral para alquilar una habitación en el piso tercero del mismo edificio de la Escuela Moderna, y ampliar así las dependencias destinadas a la biblioteca. Odón de Buen y el propio Ferrer declararán ante el Juez tiempo después que, en aquellos momentos, el director de las publicaciones quería levantar un edificio de nueva planta para ubicar la Escuela Moderna. En abril o mayo de 1906, Ferrer y Morral tratan de la cesión de la biblioteca a este último por el precio que al primero le había costado y a plazos, acordando los dos formalizar el contrato el 1º de junio de ese año. Hasta ese momento, Morral compartía con Ferrer la disponibilidad indistinta sobre una caja de caudales alquilada en el Crédit Lyonnais, recibía correspondencia relativa a pedidos de la Escuela Moderna y tenía acceso a la contabilidad editorial. En estas circunstancias, Morral se traslada a Madrid y comete un atentado terrorista contra el rey Alfonso XIII. Huido, es detenido dos días después y, tras asesinar a su captor, se suicida. Ferrer es acusado de cómplice en el atentado, son embargadas sus cuentas y permanece encarcelado durante un año, hasta que se dicta sentencia absolutoria por la Sección 4ª de la Audiencia Provincial de Madrid. Para entonces, las garantías de valores se han realizado y se entrega el sobrante a Ferrer (120.500 ptas. nominales en acciones de lo que antes eran 250.000 ptas., y 106.500 ptas. nominales en acciones de lo que en su día habían sido otras 250.000 ptas.). El recientemente puesto en libertad habrá de esperar aún, hasta octubre de 1907, para ver restituidos los bienes que le habían sido arrebatados en junio de 1906. Desde octubre de 1907 hasta septiembre de 1908, Ferrer cuenta con los servicios de un nuevo administrador editorial -Juan Colominas Maseras- y traslada la dirección de las Publicaciones a la calle Cortes, núm. 596, de Barcelona. La capacidad de decisión del nuevo gestor es mínima, atendiendo al hecho de que mantiene al tanto al propietario de las vicisitudes de cada publicación, de la actividad de autores y traductores, y de que es este último quien supervisa personalmente las pruebas de imprenta, y a quien se consulta acerca del número de ejemplares de cada tirada. La idea de publicar una biblioteca popular paralela a los manuales escolares, propuesta a Ferrer por Colominas Maseras, es rechazada por el dueño de la editorial. En octubre de 1908, el propietario prescinde de los servicios de su administrador. Coincidiendo con la fecha del cese de Colominas Maseras se produce la incorporación de un nuevo administrador, Cristóbal Litrán Canet, que desempeñará además funciones de traductor. El propietario de las Publicaciones, no obstante, continúa llevando a cabo personalmente la gestión editorial: visita las tipográficas donde se imprimen las obras, adquiere papel y clichés, realiza el prospecto de los nuevos títulos en proyecto, busca otros autores, decide sobre los siguientes libros, determina cuáles deben ser publicados y corrige la gestión del administrador cuando lo estima conveniente. Litrán está al frente de administración editorial hasta que, en 1909, son otra vez embargados los bienes del propietario y sometido éste a un Consejo de guerra, acusado de ser jefe de la rebelión militar que trajo aparejados los hechos conocidos como la Semana Trágica de Barcelona. Resulta condenado y es fusilado el 13 de octubre de ese año. En la madrugada de aquel día otorga testamento, legando a Lorenzo Portet la editorial Publicaciones de la Escuela Moderna, el inmueble de París situado en la calle Petites Écuries núm. 11 -hipotecado en garantía de dos préstamos-, 300 acciones de la sociedad Fomento de Obras y Construcciones pignoradas en garantía de un préstamo, y 432 acciones de la sociedad Catalana General de Crédito. El embargo de los bienes de Ferrer se mantiene hasta que, una providencia de la Sala de Justicia del Consejo Supremo de Guerra y Marina, lo deja sin efecto a comienzos de 1912, permitiendo de ese modo la entrega de los bienes a herederos y legatarios. Lorenzo Portet, el nuevo propietario, había obtenido un legado de Ferrer por un valor aproximado a 861.750 ptas. -del año 1912- que, actualizadas al año 2000, representarían aproximadamente 406.745.995 ptas. Un año más tarde, y como consecuencia de perder un pleito ante la Justicia francesa, debió entregar a la exprofesora de la Escuela Moderna, Leopoldina Bonnard, la cantidad de 110.000 francos (aprox. 115.500 ptas. de 1912 = 54.516.000 ptas. del año 2000). La fortuna con la que Portet afronta, finalmente, la nueva etapa editorial ascenderá a 352.229.995 ptas. (del año 2000). Con semejante fortuna puso en ejecución una buena parte de la voluntad testamentaria de su antecesor (1912-1915), e inició y desarrolló su propia política editorial (1915-1917) creando la "Biblioteca Popular Los Grandes Pensadores". Estableció un segundo domicilio editorial -c/ Pinchincha, 1867, Buenos Aires-, haciéndose con los servicios de un representante exclusivo -David Solé Miralles- para la distribución de todas las obras del catálogo moderniano en Argentina y Uruguay. Uno de los últimos títulos publicados en el año 1917 demuestra que se había abandonado en esa fecha el segundo domicilio editorial, y se volvía de nuevo a hacer constar, como única, la sede de Barcelona. Este hecho, unido a la caída del número de nuevos títulos publicados -en más de la mitad con respecto al año anterior-, abonan la tesis no sólo de una contención del periodo expansionista representado por los años 1915 y 1916, sino de una auténtica regresión. El fallecimiento de Portet al año siguiente (1918) supuso el paso de la editorial a su viuda y sus hijos. Los nuevos títulos públicados -3 en el año 1918, 1 en 1919 y 0 en 1920- no dejan duda del declive definitivo de las Publicaciones de la Escuela Moderna. En el año 1920 sólo hemos registrado reediciones de antiguas obras. Después de esta fecha no hallamos testimonio alguno que acredite la existencia independiente de la biblioteca ferreriana. La Casa Editorial Maucci la compró -como había hecho con otras a sus respectivos propietarios: la Casa Editorial de Felipe Curriols o la Colección Domenech- a los herederos de Portet, su viuda Octavie Oerbrecht y sus hijos, a comienzos de los años veinte del siglo XX. Este hecho se ampara en el "apéndice", añadido al final de volumen IIIº del Compendio de Historia Universal de Clemencia Jacquinet, en el que la edición de Maucci actualizaba el contenido de la vieja obra hasta el año 1923. Las Publicaciones de la Escuela Moderna figuran desde entonces como una colección más de la oferta editorial de Maucci, y así se recogen en los catálogos de esta empresa desde 1925 hasta, al menos, 1933. Maucci llegó a publicar 82 de los títulos de la editorial de Ferrer, variando ligeramente la encuadernación en algunos de ellos, reproduciendo íntegro el contenido de otros, manteniendo incluso los errores tipográficos, omitiendo fragmentos de prefacios y bibliografía en determinadas obras, corrigiendo faltas de ortografía que estaban presentes en el texto original e incluyendo otras que no estaban en la edición de la Escuela Moderna, censurando parte del texto, añadiendo párrafos y hasta capítulos nuevos, habiendo, así mismo, ejemplos de manipulación deshonesta del contenido, pervirtiendo las ideas del autor e incurriendo en un auténtico fraude al lector. La empresa Publicaciones de la Escuela Moderna había venido recurriendo durante su existencia a la colaboración de numerosas imprentas de la ciudad de Barcelona, y había puesto en el mercado, a iniciativa propia, la gran mayoría de los títulos incluidos en catálogo (123 de los 127; gráfico 6, p. 414). Únicamente cuatro libros fueron los editados por empresas ajenas y puestos a la venta por nuestra Biblioteca: un silabario, descatalogado en cuanto apareció la Cartilla, y tres volúmenes anunciados bajo el epígrafe de "Biblioteca de divulgación", presentes sólo en la oferta editorial del año 1916. El 78% de la producción total corresponde a libros, un 20% a folletos y el resto a cuadernos, postales, retratos y medallones (gráfico 5, p. 413). El 61% de los volúmenes editados tienen entre 100 y 250 páginas (gráfico 4, p. 414). En sentido estricto, los manuales escolares representan en torno al 26% de la producción total -incluyendo aquí cuadernos de escritura y partituras de solfeo-; el 74% restante pueden ser considerados como un conjunto constituido por libros de consulta, textos de divulgación general y obras de temática especializada (gráfico 2, p. 412; y gráfico 3, p. 413). El título que mayor número de ediciones hemos documentado es Las aventuras de Nono, de Juan Grave, con cuatro ediciones correspondientes a los años 1902, 1905, 1908 y 1912. En cinco títulos más recogimos hasta una tercera edición, trece libros tuvieron dos ediciones y la gran mayoría, 108 textos, únicamente registraron una primera edición (gráfico 7, p. 415). Aproximadamente la mitad de la producción editorial se encuadernó en rústica y una tercera parte en tela roja. La ediciones especiales representan en torno al 10% de la producción total, y las más cuidadas de la oferta ferreriana son los seis volúmenes de El Hombre y la Tierra, de Reclus, y La Gran Revolución, de Kropotkine. Se recurrió a encuadernaciones en cartoné de obras que suponen en torno a un 5% del total (gráfico 8, p. 415). El 60% de la producción bibliográfica opta por el género literario ensayístico (excluimos aquí los manuales escolares en sentido estricto: nociones, elementos, cartilla, etc., que suponen un 8% adicional), otro 10% de los textos tienen carácter recopilatorio y, en pequeños porcentajes -entre el 2% y el 4%-, podemos agrupar las novelas, cuentos, diálogos, teatro, artículos periodísticos y partituras musicales (gráfico 9, p. 416). En torno al 10% del total no añaden información complementaria al texto literal de las obras. 89 de estos libros incorporan notas explicativas, gráficos o esquemas, cuadros, tablas o series de datos, mapas o planos, grabados, dibujos, pinturas o fotografías. El espectro es amplio: desde el que adiciona al texto una solitaria nota a pie de página (Ferrer. Páginas para la Historia -1912-) o únicamente el dibujo de la cubierta (El utilitarismo, de John-Stuart Mill -1917-), a los que incorporan información complementaria diversa (los volúmenes que forman parte de la Enciclopedia de Enseñanza Popular Superior -1912, 1914 y 1915-), o hasta los volúmenes que, como El Hombre y la Tierra, de Reclus (1906-1909), completan la redacción literal del texto con cientos de notas explicativas, decenas de grabados, fotografías, mapas, tablas de datos, gráficos y esquemas (gráfico 10, p. 416). Por lo que se refiere al contenido, el mayor contingente de libros trata de Filosofía moral y Filosofía política, Ontología y Filosofía de la religión (41 %), Geografía e Historia (15%), lectura (15%), Sociología y etnografía (9%), Ciencias naturales (7%), Psicopedagogía (5%) y en porcentajes menores a este último: escritura, Aritmética, Gramática, Francés, Música y Derecho (gráfico 11, p. 417). A 87 asciende el número de autores de obras publicadas por la Escuela Moderna. A 67 de ellos (77%) corresponde una única obra del catálogo, 7 han escrito dos volúmenes (8 %), 5 son los autores de 3 obras (5'7%) y, por debajo del 5%, se encuentran los autores de 4, 5 y 6 volúmenes (gráfico 12, p. 417). Aunque la representación gráfica de los datos tabulados atribuye 24 volúmenes a un solo autor y 9 tomos a otro, en estos dos casos -referidos a Cristóbal Litrán y Anselmo Lorenzo respectivamente- se contabilizan también como obras lo que son prólogos, prefacios, llamadas, breves biografías y escuetas bibliografías. Los dos autores publicados con mayor reiteración por la editorial de Ferrer son Elíseo Reclus (6 volúmenes que superan el medio centenar de páginas cada uno, otro volumen recopilatorio, un folleto, dos prefacios y un prólogo) y Odón de Buen (6 volúmenes); cuatro son los autores de 5 volúmenes: Ch. Letourneau, Carlos Malato, Paraf-Javal, É. Pouget, y dos lo son de cuatro tomos (Juan Grave y P. Kropotkine). El espectro ideológico mostrado en la bibliografía estaría representado por autores de filiación libertaria española, francesa, belga, italiana y rusa (Ferrer, Lorenzo, Tarrida del Mármol, Urales, Pellicer Perayre, Jacquinet, Paraf-Javal, Albert Bloch, Pataud, Pouget, Camille Pert, Proudhon, Elíseo Reclus, Paul Robin, Malato, René Chaughi, Descaves, Mirbeau, J. Grave, G. Ivetot, Miguel Petit, J.F. Elslander, Malatesta, Kropotkine y Stackelberg); pensadores ilustrados (Diderot, Voltaire, Rousseau), revolucionarios (Condorcet, Volney, Víctor Hugo, Lamennais), republicanos (Renan, Berthelot, Alfred Naquet), socialistas democráticos (J. Jaurés) y librepensadores (Víctor Charbonell) franceses; revolucionarios y republicanos españoles (Pi y Margall, Nicolás Salmerón, Eduardo Benot, Nicolás Estévanez, Suñer y Capdevila, Odón de Buen y Cristóbal Litrán); republicanos portugueses (Teixeira Bastos); liberales (Mill, Spencer) y laboristas (Norman Angell) ingleses están también representados. Las profesiones presentes en mayor medida son articulistas, periodistas (Anselmo Lorenzo, Teixeira Bastos, Cristóbal Litrán, Urales, Jean Grave, C. Malato, Paraf-Javal, Pataud, Pouget, Pellicer Perayre, Bo y Singla, Charbonel, Chaughí, Ivetot y Stackelberg), literatos y filósofos (Zola, Tolstoi, Volney, Voltaire, Descaves, Diderot, De la Hire, Pompeyo Gener, Kropotkin, Víctor Hugo, Lamennais, Hervieu, Mill, Mirbeau, Camille Pert, Proudhon, Rousseu, Spencer y Elíseo Reclus), científicos (Darwin, Ramón y Cajal), maestros y/o pedagogos (Francisco Ferrer, Fabián Palasí, Jacquinet, Leopoldina Bonnard, Paul Robin y J.F. Elslander) médicos (M. W. Allen, Bessède, Lluria, Petit, Ramón y Cajal, Suñer y Capdevila, Toulouse y Martínez Vargas), ingenieros (Tarrida del Mármol y Celso Gomis), profesores universitarios, docentes y/o investigadores (Odón de Buen, Martínez Vargas, Eduardo Benot, Berthelot, G. Engerrand, F. Laurent, Michelet y Renan) y altas magistraturas del Estado (Pi y Margall, Salmerón, Eduardo Benot, Nicolás Estévanez, Suñer y Capdevila, Pi y Arsuaga, Condorcet, Volney, J. Jaurés y Naquet). Merecen señalarse dos premios Nobel: Ramón y Cajal (Medicina y Fisiología, 1906) y Norman Angell (Nobel de la Paz, 1933). Algunos de los maestros que impartían enseñanza en la Escuela Moderna escribieron textos para la editorial. Así sucede con Clemencia Jacquinet y Leopoldina Bonnard, las partituras musicales de Adrián Esquerrá y Codina, y los artículos del Boletín de la Escuela Moderna cuya autoría pertenece a José Casasola Salmerón. El operario que trabajaba como mozo de servicio en la editorial Ferreriana -Alfredo Meseguer Roglán- llevó a cabo una reedición -en los años treinta del siglo XX- de los seis volúmenes de El Hombre y la Tierra, de Elíseo Reclus. Las labores de traducción de obras al español estaban encomendadas a Anselmo Lorenzo -desde 1902 a 1914- y a Cristóbal Litrán -desde 1909 a 1920-. José Nakens tradujo al español, a petición de Ferrer, la obra Science et Religion, de Malvert, y se deben probablemente al propio Francisco Ferrer las traducciones del frances de los títulos Guerre Militarisme y Patriotisme et colonization, recopilaciones de textos que debieron ser llevadas a cabo por Jean Grave. Odón de Buen asumió la responsabilidad de supervisar la traducción francesa -a cargo de Lorenzo- de los seis volúmenes de L'Homme et la Terre, de Elísee Reclus. La presencia de otros traductores -como Soledad Gustavo o Costa Iscar- se debe a que las Publicaciones de la Escuela Moderna incluyeron en su catálogo las obras correspondientes cuando ya habían sido traducidas al español. Vinculada en sus inicios a una Escuela, los textos de la editorial estuvieron destinados preferentemente al uso escolar. En 1905, la propaganda moderniana informaba de que 48 escuelas usaban estos manuales. Tras el cierre de la institución ferreriana (junio de 1906), continúan abasteciéndose otros centros escolares en Barcelona y a lo largo y ancho de la geografía española . Sigue la producción editorial de manuales escolares -Tierra libre, de Juan Grave, dos nuevas ediciones de la Cartilla, la tercera edición del Compendio de Gramática española, de Fabián Palasí y de Las aventuras de Nono, de Juan Grave (1908). Las cartas a Ferrer por parte de directores y responsables de escuelas racionalistas, con motivo de su segundo encausamiento en 1909, dan prueba de ello. Librerías, casas editoriales, centros de suscripciones, establecimientos tipográficos de los más diversos lugares de España -Santiago, Vigo, Bilbao, Madrid, Málaga, Algeciras, Sevilla y Huelva- y otros más allá de nuestras fronteras -París, Lisboa, Buenos Aires y Guatemala, -dan fe del alcance de sus ventas. No obstante, desde el cierre de la Escuela Moderna, la producción editorial abandona paulatinamente la hegemonía de los manuales escolares y el espectro de los destinatarios se diversifica hasta el final de sus días: niños, maestros, escuelas racionalistas y de carácter progresivo, padres y madres, bibliotecas, sociólogos, pedagogos, sindicatos y sociedades obreras, sociedades recreativas, casinos políticos, casas del pueblo, "los enemigos del jesuitismo", los proletarios, el pueblo, los lectores en general -de España y de los países de lengua hispana y anglosajona-, la opinión pública, a "todos" y "en todas partes". Una ontología materialista está en la base de las concepciones modernianas y se mantiene firme desde sus comienzos -con la publicación del texto La Substancia Universal, de Paraf-Javal (1904), para el que se creó una asignatura con el mismo nombre, impartida cada sábado de 11'15h. a 12'00h. de la mañana a los alumnos de grado superior de la Escuela Moderna- hasta los últimos títulos publicados -Dios, el Hombre y el Mono, de Víctor Charbonnel (1918)-. De la mano de Paraf-Javal se extractan y recopilan las doctrinas del Monismo materialista expuestas por Wilhelm Ostwald (Riga, 1853-1932), Ernst Mach (Austria, 1838-1916) y Ernst Haeckel (Postdam, 1834-1919), a las que se complementa con el evolucionismo de Herbert Spencer (Derby, 1820 - Brighton, 1903). La Substancia es un principio metafísico con el que se intenta articular una explicación de la realidad. Una idea compleja que descansa sobre otras dos: la idea de materia (elemento corpóreo) y la de energía (elemento dinámico, móvimiento). El Universo es caracterizado como el conjunto de la substancia y sus diversas manifestaciones obedecen a diferentes modulaciones de su materia y su energía constitutivas. Un devenir continuo preside todas las manifestaciones de la realidad, desde las enormes magnitudes cósmicas hasta las más sutiles expresiones de la inteligencia y la moralidad humanas, y sus transformaciones siguen las prescripciones de la "Ley de la evolución" formulada por Herbert Spencer. Varias son las explicaciones acerca del origen y el modo de llevarse a efecto el proceso de conocimiento humano que hallamos en la obras de esta biblioteca. Las teorías del conocimiento expuestas presentan formulaciones empiristas, en las que la realidad percibida por el sujeto está tejida de impresiones que el mundo deja en nuestros sentidos. Ejemplos de ello son el propio Ferrer, Paraf-Javal y Anselmo Lorenzo, entre otros. La más detallada concepción del conocimiento la hallamos en los textos de Ch. Letourneau. Este autor describe la existencia de dos estructuras básicas para el conocimiento: la conciencia y los sentidos. El psiquismo humano es la consecuencia de la actividad de las células nerviosas cerebrales, dotadas de una propiedad de "impregnación" que les permite configurar -como fenómenos mentales- los contenidos de la realidad exterior filtrados por nuestros sentidos. Establece, por otro lado, la presencia de fenómenos psíquicos de naturaleza fisiológica: sensaciones, impresiones, deseos, voliciones, juicios y razonamientos. En el apartado correspondiente de esta tesis damos cuenta de estos hechos psíquicos así como de la caracterización de las facultades de memoria, imaginación, entendimiento, juicio y razonamiento expuestas. Nos ocupamos ahora de las referencias encontradas sobre Filosofía y teoría de la ciencia. La adscripción cientificista de la editorial ferreriana es manifiesta desde el comienzo de su andadura -"La Escuela Moderna sustituirá el estudio dogmático por el razonado de las ciencias naturales"-. Esta concepción de la ciencia se formula a partir de su confrontación con la metafísica, por una parte, y la religión, por la otra. La ciencia es el nuevo saber sustitutivo de la religión y de la metafísica. Esta perspectiva, amparada en el positivismo comtiano (Auguste Comte, 1798-1857), postula la existencia de un estado positivo al que se accede tras la superación del estado teológico o ficticio -caracterizado por la búsqueda de las causas primeras y de las causas finales que explican el mundo por la acción de Dios-, y del estado metafísico o abstracto -que sigue evolutivamente al anterior y en el que se atribuye a la "Naturaleza" la explicación de los fenómenos-. Para caracterizar el cientificismo moderniano hay que situar, junto a los planteamientos positivistas comtianos, el evolucionismo de H. Spencer, la "Ley biogenética" de Haeckel, el transformismo de Lamarck (Jean Baptiste Lamarck, 1744-1829) y la selección natural darwiniana (Ch. Darwin, 1809-1882). Desde el punto de vista antropológico se afirma la existencia de una "naturaleza humana", entendida como sustrato primigenio presente en cada hombre desde su nacimiento. Un nucleo esencial al que la experiencia vital modifica, completa o pervierte. Esta aseveración se aborda desde dos puntos de vista contrapuestos. Por un lado, se establece que el único rasgo definitorio presente al comienzo de la vida del niño es el egoísmo (Ferrer, Rogelio Columbié, José Antich y el doctor Toulouse). Por otro lado, se conceptúa al ser humano como un ser bondadoso, dotado de un instinto de solidaridad, al que corrompe la injusta organización social (Malato, Kropotkine y J. P. Chardón). Existe una tensión dialéctica entre la consideración del individuo como valor supremo (Pi y Margall) y la mayor estimación de la colectividad -"humanidad" (Enrique Lluria)-. En ambos casos, hay coincidencia en su orientación teleológica: la consecución de la felicidad. Vinculadas a esta concepción esencialista de la naturaleza humana hallamos cuatro ideas-fuerza que la caracterizan: a) autocracia individual, entendida como la capacidad para determinarse; b) la idea de libertad, cuyo contenido se formula -a salvo de simplismos y metafísicas consideraciones- como contradistinta de la idea de autoridad. La afirmación de la libertad para estos autores es, fundamentalmente, la negación de la autoridad. c) A la tercera idea-fuerza -la solidaridad-, enunciada en otras ocasiones como apoyo mutuo, se le atribuye el carácter de instinto humano (J. F. Elslander), de "marca mental tenaz y hereditaria" (Ch. Letourneau) o de ley evolutiva para la lucha por la existencia (Kropotkine). d) La cuarta es la idea de progreso entendida, así mismo, como una ley natural que imprime a los acontecimientos una sucesión temporal lenta, ascendente, multidireccional, integradora, irreversible y axiológicamente superior. Por la multiplicidad de páginas estudiadas desfila un variopinto elenco de formas dispares de definir y caracterizar la institución familiar. Un amplio espectro que abarca desde la monogamia matrimonial hasta la unión libre y temporal. Contemplamos un mosaico de posturas que, alternativamente, reivindican o cuestionan el matrimonio como estructura conformadora del grupo familiar, entienden la familia como una transitoria figura en proceso de cambio, enarbolan o desaprueban el amor libre, lo consideran en unos casos signo de progreso y en otros una vuelta a la animalidad ancestral. Entre las modalidades familiares expuestas señalamos: el familisterio, la familia natural, la familia ampliada, la unión libre, la reforma del matrimonio con la introducción del divorcio -unas veces en sentido restringido y otras en sentido lato-, y la propuesta de nuevas fórmulas de matrimonio: el matrimonio mediante contrato privado e incluso las uniones de prueba -o matrimonio por ensayo- por un período de seis meses o un año. La consideración de la mujer también alcanza diferentes caracterizaciones. Encontramos visiones que la sitúan en pie de igualdad junto a su compañero masculino (Ferrer y René Chaughi), requiriendo la necesidad y la urgencia de una conciliación entre el trabajo y el hogar (Miguel Petit), atribuyéndole una mayor precariedad psíquica y una inferioridad moral al hombre (Toulouse), o asignando a las mujeres un destino social diverso que las recluya en el ámbito doméstico (Teixeira Bastos y Mary Wood Allen). Se recrimina expresamente (C. Malato) a los planteamientos feministas la superficialidad, la debilidad de sus estrategias y la inanidad de sus aspiraciones. Se denuncia la pervivencia de las distinciones entre hijos legítimos e ilegítimos, se deslinda la relación paternofilial de cualquier vinculación de carácter propietario de padres sobre hijos, y se abre hacia el futuro el cuidado colectivo de los niños frente a la exclusividad de la familia nuclear (Alfred Naquet). La homosexualidad es considerada una desviación o un vicio cuya etiología se adscribe a razones de carácter hereditario, a restos atávicos de nuestra naturaleza animal o a perversiones sexuales de índole social. Diversos volúmenes de esta biblioteca se destinan a la descripción, clasificación y valoración de las razas humanas consideradas como colectivos que comparten espacios geográficos, condiciones socioeconómicas y experiencias vitales comunes, así como distintas pautas culturales apreciadas como circunstancias susceptibles de proporcionar una identidad grupal. En algunos textos (Letourneau) las razas se yuxtaponen en una serie creciente, revelando la existencia de una jerarquía racial en la que las distintas modalidades presentan, además de una morfología singular, unas marcas psíquicas características. En otras ocasiones, se vitupera a una cultura determinada atendiendo a una coyuntura histórica concreta como, por ejemplo, a los alemanes en plena conflagración mundial o, contrariamente, se niega cualquier posibilidad de justificar comportamientos racistas o xenófobos a partir de las ideas expuestas (Engerrand). Hacia un humanisferio, titular del patrimonio universal, apunta -a decir de algunos autores- la mezcla de razas y la superación de las fragmentaciones nacionales (Jacquinet, Vanuci, Anselmo Lorenzo y Elíseo Reclus). El ateísmo militante de la editorial de Ferrer se desborda en multitud de obras, bien en la forma de notas a pie de página bien en la elección de títulos y autores, todo ello, pese a encontrarnos -entre los firmantes de algunos de estos libros- partidarios del credo deísta y cristianos confesos. La beligerancia ferreriana ataca directamente a la idea de Dios (J. Carret, Suñer y Capdevila, Charbonell) es antirreligiosa (contra el judaísmo, hinduismo, budísmo, islam y contra la religión natural), particularmente anticristiana -luteranos, calvinistas y reformadores en general-, especialmente anticatólica y anticlerical (Malvert, Ferrer, Malato, E. Reclus y Jacquinet). La editorial muestra su convencimiento de que la ciencia conseguirá la disolución de la Iglesia Católica, bastando para ello que al menos durante dos generaciones deje de enseñarse el catecismo. Podemos hablar de una historiografía moderniana, una manera de entender y de explicar la Historia, derivada del análisis conjunto de dos antitéticos libros de texto (de Historia de España -Nicolás Estévanez- y de Historia universal -Clemencia Jacquinet-) que se emplearon en las aulas de grado elemental y de grado superior de la Escuela Moderna. También del resultado del examen de aquellos otros volúmenes que exponen expresamente una particular concepción de la Historia (Kropotkin y E. Reclus), de los que abordan monográficamente temas objeto de estudio de esta disciplina (Vanuci, Bo y Singla), de los que recogen entre sus páginas descripciones e interpretaciones de hechos históricos, e incluso principios y leyes definitorias de una determinada visión de la Historia (Malato, Enrique Lluria, Federico Urales, G. Engerrand, Víctor Hugo, Michelet, Voltaire, Tolstoi, Camille Pert, Teixeira Bastos y Zola) y de las propias acotaciones a pie de página. La editorial ferreriana afirma la existencia de tantas historias distintas como historiadores se encargan de contarlas. Definida la Historia como "la relación tradicional y documental, depurada por la crítica, de los sucesos de la humanidad, de una nación, de una época", se reivindica una "Historia de la civilización" frente a la Historia tradicional y a la Historia política, cuya pormenorizada caracterización hemos dejado expuesta en el apartado correspondiente de esta tesis. Se denuncia la precariedad de los conocimientos sobre Prehistoria que había en nuestro país. Se critica la Historia oficial, entretejida con el discurso de profesionales de la enseñanza que desconocen u omiten la llamada "cuestión social", considerada la pieza clave de la hegemonía de los privilegiados, de su explotación y de la pervivencia de la institución de los Estados. Se focaliza esta cuestión social en torno a la propiedad individual de la tierra, y se la considera la causa esencial de la desigualdad y de la fragmentación en clases. Se conceptúa a la patria como un espacio acotado y rodeado de enemigos que merece un juicio de desprecio. Se entiende la nación como una construcción histórica -mudable a lo largo de diferentes épocas- de carácter ideológico, de naturaleza perversa, incompatible con la libertad y un serio obstáculo al progreso. Los Estados son entidades represivas, concebidas y gestionadas por minoritarios grupos de privilegiados en beneficio propio. Dentro de los Estados, los Gobiernos constituyen el núcleo del poder y sus Ejércitos el principal aparato coercitivo. La política es una parafernalia ideológica -en el sentido marxista- y los términos "pueblo" y "sociedad" se emplean para referirse indistintamente a una misma idea. Se entiende la Historia como un proceso lineal ascendente con un balance siempre positivo. La sucesión de acontecimientos humanos se halla ordenada teleológicamente hacia la consecución de la felicidad. Los sujetos de la Historia son los individuos y los pueblos, calificando de ideológica la existencia de Estados, Gobiernos, conflictos bélicos y cultos religiosos. La sociedad es una realidad fragmentada en clases (proletariado, clase media y clase rica) inmersa en una conflictiva dialéctica maniqueísta. La acción transformadora de la sociedad, y con ella de la Historia, descansa en la conciencia. Una conciencia que precisa de la instrucción individual para emanciparse. Las revoluciones son sucesos vertebradores del relato histórico y de ellas proviene el impulso irreversible hacia el progreso -una secularización de la idea de Providencia divina-. Una axiomática tendencia al equilibrio rige el devenir de los acontecimientos históricos y contrapone las monarquías absolutas del pasado al absolutismo individual del futuro. En el presente ya trabajan los precursores (entre ellos la Escuela Moderna) para la sociedad del porvenir. La cuestión social quedará resuelta cuando la propiedad individual sea sustituida por la propiedad social. De manera similar, la múltiple fragmentación en Estados dará paso a una única humanidad universal de relaciones fraternales. El trabajo empieza en la escuela donde la enseñanza de la Historia debe retrasarse más allá de la primaria, entendiendo que se hace preciso que los niños y las niñas hayan adquirido -para su comprensión- cierta capacidad de observación. Esta restricción no es aplicada a la educación de adultos. Varias doctrinas socioeconómicas son expuestas en los textos analizados. En la base de la crítica unánime al sistema capitalista se encuentra la institución de la propiedad privada, y también dos figuras jurídicas vinculadas a ella: el derecho de accesión del propietario y la herencia. Se considera a la tierra y al trabajo como los dos elementos medulares en la creación de riqueza por parte de una sociedad. La apropiación de la tierra, y de los instrumentos de producción, determinan la concentración de la riqueza en manos de una pequeña parte de la población. El trabajo es el factor esencial en la acumulación de capital y éste se atesora detrayendo gran parte de su producto al trabajo proletario, del jornalero agrícola y del obrero industrial. La editorial ferreriana denuncia dos mecanismos perversos que favorecen simultáneamente la concentración propietaria y la expropiación proletaria. El primero, definido como derecho de accesión, es un híbrido entre la antigua accesio romana y la plusvalía marxista, en virtud de la cual el trabajo del obrero produce más valor del que le es remunerado en el salario. El trabajo no pagado o sustraído al proletario es el que se atesora en forma de capital. El segundo mecanismo es la herencia, que posibilita que todo lo que se incorpora a la propiedad por el derecho de accesión pueda transmitirse "mortis causa" a los herederos del causante, perpetuando de ese modo la riqueza social en manos de una minoría privilegiada. No se ahorran críticas a un orden social tejido de desigualdades económicas y amparado por la ley. Paralelamente a la crítica socioeconómica se formulan distintas propuestas de esta naturaleza. Encontramos una organización económica anarco-comunalista en el libro Tierra libre, de Juan Grave que, iniciada en circunstancias excepcionales como una economía de guerra, desemboca más tarde en la libre asociación de los miembros de una colonia. Otras propuestas que tienen como eje las asociaciones y federaciones de trabajadores las encontramos en Kropotkine, Malato, Anselmo Lorenzo y Enrique Lluria. Una estructura corporativa se muestra en el texto de Pataud y Pouget titulado Cómo haremos la revolución (1915). Esta propuesta descansa sobre el sindicato, la federación y confederación de organizaciones sindicales, que expropian los capitales procedentes de fábricas, almacenes, títulos de renta y acciones. Constituyen una banca sindical, establecen medidas para el control de las importaciones y exportaciones, y remuneran a los trabajadores con cartas permanentes y carnés de bonos de consumo. Pi y Margall, en las Clases Jornaleras (1915), propone la creación un Banco de cambio, Paraf-Javal fabula acerca de una futura "sociedad razonable" en la que regirá el "principio justo de compañerismo", y la ciudad de Naturalia -ideada por J.P. Chardon en el drama Floreal (1906)- es una sociedad de la abundancia en la que la producción supera al consumo, los intercambios se realizan con justicia y el trabajo se halla óptimamente organizado. Desde el punto de vista jurídico pueden ponerse de manifiesto también algunas conclusiones. La idea de justicia se presenta con reminiscencias platónicas (Anselmo Lorenzo), como una cualidad inherente al ser humano (Malato), o como consecuencia de una conducta social inveterada que ha arraigado en el hombre en forma de una marca psíquica (Letourneau). En otras ocasiones, se la hace corresponder con la idea de equidad o ecuanimidad (Pompeyo Gener) o se la caracteriza como utilidad cualificada (J. S. Mill). Una opción expresa en favor del Derecho natural -leyes no escritas, imperecederas y universales- frente al Derecho positivo -ordenamiento jurídico constituido por leyes aprobadas, sancionadas y promulgadas, diversas entre Estados, variables y mutables en el tiempo-. Para la editorial ferreriana los derechos del hombre no precisan ser recogidos por ninguna ley que les imprima la obligación de ser observados. Los derechos humanos preexisten a los códigos y su autoridad es superior a la de cualquier norma jurídica positiva. Frente a las colisiones de derechos, y para solventar la recíproca exigencia de obligaciones entre los individuos, se opta por la vía arbitral. Rechazada la norma legal, la censura se extiende sobre profesiones vinculadas a ella: legisladores, jueces y tribunales, letrados y policía. Hay, por otro lado, una particular concepción del ilícito penal que agrupa en dos grandes categorías a los delitos. Por un lado, los delitos castigados por el código y, por otro, los delitos amparados por el código. Una curiosa taxonomía del delincuente y de las causas de su conducta antisocial la hallamos en el texto Las clases sociales, de Carlos Malato. El delincuente es considerado un enfermo -biológico o social- y la prisión no es el lugar propicio para recuperar la salud menoscabada. Considerada la deficiente organización social el problema -por estimarse cantera de la delincuencia y vivero de delincuentes-, la solución pasa por su transformación revolucionaria. En el ámbito de la Filosofía política, los textos modernianos critican abiertamente la idea de Estado, caracterizada como una entidad política de carácter coercitivo, organizada y administrada por grupos de privilegiados que, bajo pretexto de abanderar el bien general, actúan en defensa de sus intereses particulares. Los titulares de los poderes del Estado tienen una responsabilidad manifiesta en en el mantenimiento y la reproducción de la injusta organización social: el Legislador, el Gobierno y la Judicatura son blanco de las invectivas ferrerianas, que también alcanzan al funcionariado, al clero, a los ejércitos, al corporativismo profesional, a los banqueros, a los industriales y a los grandes negociantes. Hay un recelo profundo sobre las instituciones, y el proceso de institucionalización por el que se transforman en tales se considera un centro de atracción de rutinas e inercias. Cuando se alude al buen funcionamiento de alguna institución es para apostillar inmediatamente que su éxito se debe esencialmente, no a la organización, sino a los individuos que la integran. El rechazo a la institución política del Estado lleva aparejado el de sus diferentes modalidades, monárquica, republicana o socialista. El sistema de gobierno democrático, garantizador de la opresión de las minorías por parte de las mayorías, es también reprobado, cuestionando la pretendida universalidad del sufragio universal, la discutible idoneidad de los candidatos presentados a las elecciones, los motivos por los cuales son designados éstos por sus partidos políticos correspondientes, las severas limitaciones con que se encuentran en su actuación los representantes elegidos y la imposibilidad de salvaguardar el contenido del mandato representativo, entre otros aspectos. La consideración de que -con la elección de representante- el elector renuncia a su propia voluntad en favor de la voluntad de otro se resume en la expresión reclusiana "votar es envilecerse". Carlos Malato define el orden como el estrujamiento tranquilo y silencioso del proletariado. La sociedad del porvenir debe en el presente proceder a la descomposición del Estado -y con él a la disolución de la Iglesia-. Para este proceso de transformación se cuenta en la actualidad -principios del siglo XX- con los precursores: el individuo, la sociedad obrera, la escuela racionalista y el sindicato revolucionario, cada uno con sus estrategias de lucha correspondientes (la instrucción, las concentraciones, las manifestaciones, la huelga, el sabotaje, la boicot, el label, etc.). La superación de las injusticias en la sociedad actual precisará, a juicio de buena parte de nuestros autores, de un proceso revolucionario. Inicialmente, se admite la posibilidad de que, por vía de reformas, puedan sobrevenir cambios sociales en una dirección progresiva (Camille Pert), y en algunos casos se considera la viabilidad de un período de transición que, partiendo del actual régimen autoritario, condujera a una era de la libertad (Miguel Petit). No obstante, la revolución es una estrategia irrenunciable que requiere previamente una transformación en las conciencias. Las llamadas a la revolución se hacen desde plataformas doctrinales ácratas (Ferrer, Kropotkine, Malato y Federico Urales) y con fórmulas expeditas. La violencia del choque revolucionario es inevitable consecuencia de la polaridad de los intereses enfrentados. Entre las sociedades del porvenir esbozadas en estos textos enumeramos algunas a título ilustrativo, y remitimos al apartado correspondiente de esta tesis para su comprensión contextualizada y global: fraternidad universal, sociedad fraternal, asociación de productores, comunismo libertario, régimen comunista, anarquismo, acracia, socialismo o libertarismo, colectivismo, regenerada sociedad del porvenir, sociedad bien organizada, sociedad razonable, compañerismo científico, compañerismo integral, etc. De consecuencias políticas evidentes son los postulados antimilitaristas que se defienden desde numerosas obras de la biblioteca moderniana. Sin embargo, esta postura sufrirá una fractura a raíz de la Primera Guerra Mundial. Las deserciones se producen entre los partidarios del antimilitarismo (Kropotkin, Malato, Jean Grave, Urales, Tarrida del Mármol, René Chauguí y Émile Pouget), firmantes unos y consentidores otros del "Manifiesto de los 16", en virtud del cual se prestaba apoyo explícito al bando aliado. Otra parte de los autores de textos modernianos continuaron manteniendo sus posiciones antimilitaristas de siempre (Malatesta y Anselmo Lorenzo). Otro de los asuntos con derivaciones en el ámbito político es la presencia de tensión entre las posiciones antimalthusianas de Anselmo Lorenzo y Pi y Margal, y neomalthusianas, defendidas por Edmund, Malato y Bessède. Hemos tratado de componer la doctrina moral y los planteamientos éticos modernianos a partir del mosaico de apreciaciones de naturaleza moral, y de consideraciones de orden ético, dispersas en el repertorio bibliográfico publicado por la Escuela Moderna. Juicios axiológicos trufan estos libros y, en particular, tres de ellos abordan la temática a que nos referimos ahora de una forma monográfica (Kropotkin, Letourneau y J.S. Mill). El sujeto-tipo exponente de esta concepción moral es el individuo altruista. La federación o la asociación tienen como presupuesto constitutivo el sujeto individual, consciente y actuante, del que se predica la fortaleza como virtud ética. Esta fortaleza se manifiesta como rebeldía cuando el individuo queda subyugado bajo las condiciones sociales impuestas por las clases privilegiadas, y se materializa en solidaridad para con aquellos que padecen una explotación similar. Para estos autores -Kropotkine especialmente, pues es quien así lo formula- el principio del apoyo mutuo tiene mayor relevancia en la evolución humana que la selección natural al modo darwiniano entendida. Juicios morales se vierten en muchas ocasiones. Algún caso es especialmente relevante porque reúne la condena unánime del propietario de las publicaciones, el traductor, los autores e incluso los alumnos de la Escuela Moderna: las corridas de toros. Pueden ser adscritos, los puntos de vista aquí sostenidos, a la corriente filosófica denominada Relativismo moral, teniendo en cuenta que se fija, de manera axiomática, la equiparación moral entre sociedades y culturas diversas, y se niega la existencia de un sistema moral absoluto, de una jerarquía de valores indiscutibles y aplicables a cualesquiera grupos humanos. Para unos autores las ideas de bien y de mal son una necesidad vital, e identifican bien y utilidad (Kropotkin), para otros esta dicotómica calificación moral es resultado de la presión que sobre los individuos se produce desde los múltiples colectivos (Letourneau). El sentimiento moral es para unos (Kropotkin) una facultad natural equiparable a los sentidos del olfato o el tacto, cuya génesis se hunde en nuestros ancestros animales. Para Letourneau, el origen de la moral hay que buscarlo en el clan paleolítico y su pervivencia hay que atribuirla a la existencia de marcas mentales en el cerebro humano. En otros casos (J. S. Mill) los sentimientos morales se caracterizan como adquiridos y naturales. Se reivindica la consecución de una moral científica que formule de modo constrastado las verdades morales, ayudándose para ello de la colaboración de otras ciencias. Esta nueva moral permutará la coacción por las recomendaciones y los consejos. La instrucción escolar es un elemento esencial para la inciación y consolidación de esa nueva moral. Pertrechado con ella, el maestro debe ejercer su oficio con dignidad. Variados son los elementos que, dispersos a lo largo y ancho de las publicaciones editoriales, definen la pedagogía moderniana. Así, el perfil del sujeto que la "enseñanza racional y científica" aspiraba a conformar reúne, como caracteres definitorios, lo que podemos denominar autocracia individual, complementada con independencia intelectual, y la aplicación práctica de ambas mediante el ejercicio de la libertad. Equipado con esas cualidades se imagina encauzar a cada sujeto hacia la consecución de una "sociedad razonable", en la que se haría posible la organización de la felicidad. En ese camino plagado de obstáculos -atavismos, costumbres nocivas, errores conceptuales y estructuras socioeconómicas injustas- únicamente los conocimientos ciertos y útiles podrían hacer al hombre progresar. La ciencia es para nuestros autores la única que los puede proporcionar, una ciencia racionalmente dosificada en la escuela. La educación se muestra así como el principal resorte para forjar en el presente al hombre del porvenir, y para posibilitar con ello la ansiada transformación social. Principios constitutivos de esta pedagogía son: la autosuficiencia, el criticismo, el dogmatismo, la fundamentación cientificista, la capacitación profesional del docente, la directividad en la enseñanza, la coeducación de sexos, la coeducación de clases, la higiene en la escuela, la renovación, la innovación, y las iniciativas individuales y asociativas como elemento vertebrador de un descentralizado sistema educativo. Son varios los curricula escolares expuestos, coexistiendo realizaciones prácticas y formulaciones teóricas. Las materias impartidas en los niveles de párvulos, elemental y superior de la Escuela Moderna, con los textos empleados como manuales escolares y los tiempos horarios destinados a su enseñanza, cohabitan con los programas propuestos por Elslander en su obra La Escuela Nueva (1908), los plantemientos vertidos en El niño y el adolescente (1906) por Miguel Petit, las tesis de Paul Robin aparecidas por entregas en varios artículos del Boletín de la Escuela Moderna, la reivindicación de conocimientos generalistas y totalizadores pedida por Elíseo Reclus, la distinción entre conocimientos necesarios y prescindibles que hace el doctor Toulouse, la separación entre instrucción elemental y educación familiar -de Teixeira Bastos-, los retazos del curriculum estudiado por Floreal Ramos, personaje principal del cuento extenso titulado Sembrando flores (1906), de Federico Urales, la organización del curriculum escolar sobre bases corporativas fabulada por E. Pataud y E. Pouget en el libro Cómo haremos la revolución (1914), y la introducción entre las materias impartidas en la escuela de nociones de educación sexual. Las metodologías descritas revelan distintas maneras de concebir el papel del maestro: un padre, un hermano mayor del grupo de alumnos, un conductor de niños, un diligente observador con preferencia a un dinámico hacedor, un guía que prepara el contexto, dispone los medios, determina la actividad, prevé las respuestas de los alumnos y encauza las posibles soluciones. El trabajo, con preferencia al juego, impregna los planteamientos didácticos. Los contenidos que han de ser objeto de estudio se hallan presididos por las ideas de simplicidad y de amplitud. Los principios que rigen la organización de la actividad pueden sintetizarse en: el orden en la clase y el establecimiento de un clima de aula favorable al trabajo, el principio de actividad controlada, la necesidad de motivación, el aprovechamiento del entorno escolar, el principio de oportunidad y el ejemplo del profesor. La editorial alude reiteradamente a la guía educativa de las Ciencias naturales. A este respecto los planteamientos más rigurosos se exponen en la serie de libros publicados bajo la denominación de Las Ciencias Naturales en la Escuela Moderna, salidos de la pluma del profesor de la Universidad de Barcelona, Odón de Buen. Hallamos otros modos de organizar los aprendizajes escolares bajo las denominaciones de Método de las extensiones sintéticas (J.F. Elslander), Enseñanza mutua (M. Petit), Método de observación sistemática (Toulouse), la Educación integral (P. Robin), los métodos de aprendizaje esbozados en Tierra libre (Jean Grave), en el Colegio libre imaginado por Federico Urales, las recomendaciones para la enseñanza de la Geografía (E. Reclus), para el aprendizaje de un idioma extranjero (C. Litrán) y las orientaciones de la editorial ferreriana para optimizar la utilización de sus libros en las aulas escolares. Especial relevancia reúnen las consideraciones vertidas acerca de los alumnos que presentan necesidades educativas especiales: trastornos sensoriales, déficit de atención, disfunciones en el habla y retraso mental, a los que se añade una categoría adicional, el retraso moral. La prolija relación de actividades que encontramos en los numerosos títulos de esta biblioteca puede enmarcarse entre dos límites: el primero representado por aquéllas de acentuado carácter teórico, especulativo, que se aglutinan en la resolución de supuestos haciendo uso mayoritariamente de lápiz, papel y pupitre (los textos de Aritmética de Paraf-Javal, por ejemplo); el segundo límite está significado por las obras de Odón de Buen, que ofrecen un despliegue de actividades que desbordan las paredes del aula: paseos por el campo, observación detenida del entorno, recogida de materiales, colecciones, demandas de información especializada a profesionales de diferentes materias, realización de experimentos en el laboratorio, etc. Entre las actividades descritas que merecen destacarse señalamos: juegos, salidas, visitas, excursiones, talleres, correspondencia postal entre alumnos de centros educativos diversos, exposiciones y fiestas escolares, conferencias dominicales y viaje de estudios. Los recursos recogidos en las obras publicadas pueden ordenarse en una triple tipología: recursos personales, representados por los propios padres de alumnos, los profesionales de diferentes oficios -médicos, ferroviarios, profesores de universidad, jardineros, pescadores, agricultores- y los intelectuales, entendiendo esta denominación en su acepción más genérica. Como recursos institucionales hay que considerar la pluralidad de escuelas que se vincularon a la Moderna por el empleo de los textos editoriales, y aquellas otras escuelas con las que, además, compartió actividades. Podemos considerar aquí también a la Universidad de Barcelona en la medida en que, a comienzos de 1906, la Escuela Moderna cuenta con el asentimiento del Rector de esta institución para que puedan celebrarse, en las dependencias universitarias, las conferencias de la Escuela Moderna. Los recursos materiales empleados eran los libros de la editorial ferreriana, lápices con preferencia a pluma y tintero, cuerpos geométricos en yeso, globos terráqueos, mapas, colecciones minerales y vegetales recogidas tras herborizaciones escolares, animales (ranas y conejo), láminas, grabados, dibujos esquemáticos, cuadros, piezas anatómicas de gran tamaño, proyecciones luminosas con diapositivas realizadas en las propias excursiones, lentes, microscopios, material de laboratorio para observación de muestras, el fonógrafo y el cinematógrafo. En materia de evaluación, de los textos analizados extraemos algunas consideraciones acerca del examen, de los premios y los castigos. Aludimos, finalmente, a diferentes tipos de evaluación. La crítica al examen cuestiona la pretendida objetividad de este instrumento para la valoración de los aprendizajes escolares, poniendo de manifiesto además sus consecuencias no deseadas en la conformación de la conciencia moral del niño, especialmente vulnerable a edades tempranas. Habiendo hecho uso del examen en sus comienzos, la institución ferreriana renunció a él posteriormente. Los análisis que tienen como objeto los premios en la enseñanza van referidos, fundamentalmente, a las distinciones obtenidas como consecuencia de superar exámenes. Si bien es cierto que se reprueba el empleo de este refuerzo para estimular los aprendizajes, se premia a los alumnos -la buena conducta y la conveniente disponibilidad para el trabajo- con la asistencia a las excursiones programadas por la Escuela Moderna. Aunque en casos excepcionales se ha recurrido al castigo (la expulsión de un alumno del centro), se desprecia el castigo físico (niños de rodillas o en otras actitudes forzadas). Podemos distinguir tres tipos de evaluación del alumnado. La modalidad de